Hoy hice memorias de mi visita a Dublín, Irlanda, con motivo del Encuentro Mundial de las Familias (WMOF) 2018, y encontré la grabación de la notable interpretación de Nathan Carter a ‘Everybody Hurts’ en el Croke Park el 25 de agosto de 2018, minutos antes del arribo del papa Francisco a ese hermoso estadio.
La canción repite en su coro “todos hacemos daño algunas veces, todos lloramos”. Pero también dice: “Resiste, no estás solo”.
La Iglesia como un hospital de campaña
Y de inmediato, enlacé esta memoria, con mi reciente experiencia del pasado mes de octubre de 2019 en Coatzacoalcos, Veracruz, México, en donde se ha celebrado un Encuentro Nacional de Agentes de Pastoral Familiar. Y es que dentro de las principales líneas de dicho encuentro, se abordó la Redención de Jesucristo en su faceta sanadora de las heridas del hombre, y en particular, de su relación personal con Dios y con sus semejantes.
Este nuevo abordaje de la Redención, va muy de la mano con lo que menciona el papa Francisco cuando insiste que la Iglesia debe ser como un hospital de campaña, es decir un lugar en donde se atiendan las heridas de batalla y se ayude a las personas a continuar su vida. Entiendo que esa batalla se sucede en la vida cotidiana, en el trabajo, en la escuela, en las relaciones amorosas y en la misma familia.
Por supuesto que habrá situaciones como separaciones, fallecimientos, y otros eventos, que quizá ya no nos permitan seguir caminando bajo las mismas condiciones originales, pero debemos generar los medios para ofrecer a todos, la oportunidad de recuperar la esperanza y encontrar nuevos horizontes para ser felices.
La familia, como Iglesia doméstica, se constituye en el primer hospital de campaña disponible, y adquiere la tarea de ayudar a sanar las heridas de todos sus integrantes. Esto, no solamente cuando se viven circunstancias complejas y dolorosas, pues si tomamos en cuenta que todos herimos alguna vez, entonces todos adquirimos algún tipo de heridas sobre la marcha, incluso dentro del día a día en el seno familiar. A veces no nos damos cuenta de las formas en que lastimamos y otras veces no mostramos interés por ayudar a sanar las heridas de los demás. Otras veces, simplemente no sabemos cómo poder ayudar.
Cierro estas líneas reflexionando sobre la importancia de cuidar nuestras acciones para herir lo menos posible a los demás, como también es importante darnos a la tarea de restaurar con urgencia cualquier relación dañada en el interior de nuestras familias, y no dejar ese tema al tiempo. La Redención nos alcanza a todos y ello significa que en medio de nuestras angustias y errores, si buscamos con atención, no estamos solos.