“Todas las personas procedemos de la misma fuente y regresamos a esa misma fuente” (Elisabeth Kübler Ross, en su libro ‘La rueda de la vida’). Como médico clínico, es raro el día que no contemplo de frente el diálogo entre la vida y la muerte; lo he comentado en alguna entrada previa. Convivo a diario con la enfermedad y el sufrimiento… Ahí queda poco espacio para lo fútil y lo innecesario. Observo los afanes del mundo que me rodea con la distancia que da vivir en contacto con realidades profundas.
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Por eso rechina y molesta escuchar el ruido procedente de lo que monseñor Romero llamó “el mundo explosivo de lo sociopolítico”. Ver que las personas de algunos territorios se obcecan en buscar y enfatizar supuestas diferencias, en vez de caer en la cuenta de que todos los seres humanos compartimos un espacio común. Defender una pretendida singularidad en lugar de aceptar el hecho de la similitud con cualquier otro territorio.
Lo que nos une
Hacer de la religión, la situación económica, la lengua, la raza o el sexo, un elemento que separa y divide, negando así la verdad profunda que tan bien expresó la Dra. Kübler-Ross: todas las personas somos iguales, nadie vale a priori más que nadie y nuestra valía viene dada por los hechos que realizamos, por cuánto ayudamos a los demás, por cuánto amamos y somos amados.
Erigir muros entre los seres humanos, cavar fosas, es un error grave y peligroso. Desafía nuestro destino como seres humanos, que no es otro sino el encuentro, el compartir la experiencia de la vida, facilitándonos en lo que cada uno pueda nuestra estancia en esta tierra, con frecuencia amenazada por la enfermedad, la pérdida, el conflicto.
Exagerar las diferencias
Exagerar las diferencias, violentar ‘de facto’ e incluso ‘de iure’ la igualdad entre españoles, es ahora el temible mantra cotidiano de nuestro país. No puedo ni podemos estar de acuerdo con las personas que hacen estas cosas, que colocan cuñas entre los pueblos y las comunidades, que dinamitan los fundamentos de nuestra convivencia, que convierten al adversario en un enemigo y que promocionan a quien manchó nuestras calles y plazas de sangre y de dolor.
Esta es una realidad muy grave que no puedo dejar de mencionar, más allá de compartir con mis líneas reflexiones y vivencias de un médico hospitalario, y precisamente por ello: mi caminar diario en la sala de un hospital general me hace consciente de la importancia de defender, como profesional y ciudadano, verdades elementales, amenazadas en España en nuestros días.
Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.