Transfigurados, así íbamos a estar al terminar la pandemia. El papa Francisco nos alertaba de esta manera: “De una crisis no se sale igual: salimos mejores o peores”, y en otro momento aseveró: “Si de esta crisis queremos salir menos egoístas que cuando entramos, necesitamos dejarnos tocar por el dolor de los demás“.
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Y, optimistas, pensamos que la contingencia sacaría lo mejor de nosotros mismos, que aprenderíamos de nuestros errores para ya no repetirlos, que las escenas de muertos y enfermos por el Covid-19 nos impactarían al punto de convertirnos en mejores personas, que los países ricos serían generosos y donarían vacunas a las naciones más pobres, que, como Jesús en este segundo domingo de Cuaresma, nos transfiguraríamos, y nuestro rostro cambiaría, y nuestras vestiduras resplandecerían con una increíble blancura.
¿Qué ha pasado en estos dos pandémicos años? ¿Nos hemos transfigurado? Pues parece que no, y todavía sin poder cantar victoria por el fin del coronavirus, nos topamos con la invasión rusa a Ucrania. La tormenta perfecta.
De hecho, muchos pronunciamientos iban en la dirección de regresar al tipo de vida que llevábamos antes de la pandemia, a regresar a la normalidad perdida. “Éramos felices y ni lo sabíamos“, dijo por ahí un joven que extrañaba frecuentar los antros como antes.
La lógica continuó siendo la misma, con un llamado a lo que hoy se conoce como “reingeniería”. No se realizó un análisis honesto sobre el tipo de vida que llevábamos, ni se cuestionó la responsabilidad que los procesos económico-farmacéuticos globales tuvieron en la propagación de la pandemia, por su impacto en los países y en los grupos sociales más pobres.
Sólo el futuro nos dirá si salimos mejores o no de la crisis. Por lo pronto, me parece que el respiro dado por el descenso de contagios y muertes a causa del Covid-19 se asemeja a un paréntesis que se cierra. Abierto hace dos años, hoy nos permite terminar con un ciclo sin haberlo aprovechado a plenitud.
Qué bueno que podemos volver a reunirnos con quienes amamos, que podemos acariciarlos y sentir su proximidad física. Pero ojalá también analicemos el tipo de mundo, de “normalidad” que construimos, y reconozcamos que necesitamos seguir trabajando para desterrar las injusticias, las enfermedades y la miseria. Ojalá nos transfiguremos. Todavía tenemos la oportunidad.
Pro-vocación
Kirill (Cirilo I), máximo representante de la Iglesia ortodoxa rusa, y Patriarca de Moscú “y de todas las Rusias”, ha sido severamente criticado por su respaldo a Putin y su negativa a condenar la invasión soviética a Ucrania. La semana pasada, con motivo de su sermón en el Domingo del Perdón, que en Rusia abre la Cuaresma, afirmó que la guerra en Ucrania es una especie de cruzada contra los países que apoyan los derechos de los homosexuales, y que organizan desfiles del orgullo gay. Da pena ecuménica.