No leo a Simone Weil con la devoción que escucho en otros. Pero es incuestionable, al mismo tiempo, la autenticidad y pasión que traslucen sus escritos, muchas de cuyas páginas serían para subrayar y pensar durante horas, y sobre todo para vivirlas, para compartir con ella la desdicha y pasión que ella misma quiso compartir con la humanidad sufriente.
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Una noche al mes quedamos un grupo de amigos para comentar alguna lectura formativa. Este mes de junio la elegida era ‘A la espera de Dios’, traducida en Trotta. Son una serie de cartas y ensayos breves, lo cual significa que es un auténtico diálogo con el lector. Weil es, sin lugar a duda, tan honesta y deseosa de una coherencia que parece que siempre se escapa de sus manos, incapaz de apresar, en permanente distancia y amor tenso. Incansable, sacrificada, fogosa, clara. Extraordinariamente clara. En una primera lectura y sin grandes conocimientos de nada más que lo que es vivir cualquier persona nota su impacto.
De esta lectura subrayaría tres grandes temas, que pueden iluminar la situación de hoy. El primero, en forma de interrogante: ¿Es posible “amar directamente” algo o a alguien? Amar en el sentido pleno de entrega religiosa, puesto como fin absoluto de la vida. En su ensayo explora la imposibilidad de afrontar el amor tan directamente y lo pone en un segundo plano, siempre presente y, a la vez, nunca evidente, siendo imposible que aparezca el amor por el amor mismo sin otras formas. El amor necesita formas. El amor a Dios requiere un camino indirecto, en ocasiones explicitado, aunque en la mayoría implicado en la acción, es decir, implícito. Y es que, si lo pensamos bien, cuántas cosas hay que hacer por quienes amamos que no son “amor a primera vista”: estar pendientes, dar tiempo, hacer esfuerzos, sufrir, acompañar, respetar… El amor de Weil es, en verdad, tan exigente que es imposible formularlo y, sin embargo, está o no está.
El énfasis en la atención
Lo segundo que a todo lector saltará a la vista es el énfasis en la atención, que desliga de la voluntad, del esfuerzo, del fruncir el ceño. Para Weil atención es más bien la conexión que se da con la realidad, la participación en la vida misma, siendo la vida muy material, muy inmediatamente dada. Por eso alaba tanto la atención haciéndola ir de la mano de la humildad y siendo preparación para la oración. Pienso que cuando habla de atención es, en cierto modo, la conciencia de nuestra unidad con la creación, una forma de esperanza contra la desdicha, una implicación en la bondad que resiste en todo cualquier desdicha. Por eso, pienso yo, Weil vuelve la dialéctica política de su época hacia sí misma haciendo de ella algo personal, algo muy propio. La solución, la esperanza y la desesperación que suceden en el mundo pasan necesariamente a través de las personas. Si las personas hacen hueco hondo en sí, “luchando contra su egoísmo y saliendo de sí mismas”, entonces la síntesis se da. En esta síntesis final, que se inicia en la atención como situación particularmente viva, hay una confianza radical en Weil en el triunfo de la verdad, del bien, de la belleza, de Dios.
Lo tercero, que es algo que llama poderosísimamente la atención en el siglo XX, la posición, el lugar, la carne, el espacio elegido, la libertad que se mueve y dirige la historia, la perspectiva. Todas estas palabras traducen la situación en la que toda persona vive y que condiciona inexorablemente su comprensión de todo, incluida la verdad, incluido el otro, incluido Dios. Según donde estemos, siendo seres con capacidad de cambio y movilidad, así será nuestro conocimiento y nuestro amor. Son conocidos los episodios de su vida en los que abandona hasta lo que ha logrado con esfuerzo para dar un paso más allá hacia el otro, hacia el hermano que quiere amar más como hermano en la proximidad más material posible. Son conocidas sus experiencias religiosas, a las que otorga siempre un lugar, una mirada desde una carne concreta en un espacio concreto. Son repetidas estas llamadas de atención, pero se olvida señalar que sus movimientos están queridos por una apertura y acogida mayor que la que da una perspectiva sobre una situación concreta. Lo radical del movimiento y del cambio de Weil es, a mi entender, un corazón esperando el amor absoluto, capaz de traspasarla para cambiar la vida de sus prójimos. De ahí su constante inquietud, su inquietud vital y su pasión por el amor.
Muchas más cosas, sin duda, nutrirán al lector que se acerque a Weil. Sea en este o en otros textos, sea también en quienes lo han sabido leer, estudiar y vivir. Sobre todo vivir.