Seguramente, todos lo hacemos: es fácil encontrar pasajes bíblicos para justificar o apuntalar nuestras propias decisiones o puntos de mira. El problema no es de la Palabra; es nuestro. Esta semana lo he pensado un par de veces a raíz del Evangelio del pasado domingo (Mt 13, 24-30): la parábola del trigo y la cizaña.
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“Este/a no es trigo limpio”. Un refrán castellano y claro. Son personas que no parecen moverse con intenciones transparentes, que se relacionan con engaños, que ocultan intereses propios… En definitiva, que no andan en verdad. Y cuando el trigo no es limpio, es que está mezclado con cizaña.
“Alguien está metiendo cizaña”. Segundo refrán. Lo decimos de alguien que intenta generar malas relaciones, malmeter a unos contra otros, sembrar sospecha y desconcierto, entorpecer… En definitiva, que no andan en verdad.
Y luego está la explicación que Mt pone en boca de Jesús: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo”.
La paciencia
Me sorprende la rapidez con que hablamos de esta parábola para decir que Dios es paciente con el mal que nos rodea y que nosotros también debemos serlo. La explicación habla de diversos tipos de persona y de una cosecha o juicio que sólo hacen los ángeles de Dios (es decir, Dios mismo) al final de los tiempos.
El trabajo de separar el trigo de la cizaña se llama zarandeo y es un trabajo delicado e imprescindible. Antes se hacía a mano con tamices, de manera que el grano fuera a un lado y la paja a otro. Porque la cizaña no solo ahoga al trigo, sino que además puede ser tóxica si se ingiere. Quizá habéis visto la imagen alguna vez: un labrador tirando al aire la cosecha con la hoz para distinguirlo al caer. Son tan similares cuando están verdes que algunos llaman a la cizaña “trigo silvestre”. Por eso es tan importante distinguirlos y separarlos cuidadosamente. Si no se hiciera así y moliéramos el trigo y la cizaña juntos, la harina sería nociva y bastante insana.
Eso sí: hay que esperar el momento adecuado. Ni antes ni después. Si se intentan arrancar antes de madurar podemos llevarnos el trigo. Si aplicas algún producto químico, puede contaminar también el trigo. Quizá de aquí venga la insistencia con la paciencia de Dios.
Pero me sorprende que nos cueste tanto ver también la otra parte: que ese juicio final y escatológico es de Dios. Lo nuestro es el aquí y el ahora. Es más de andar por casa: el zarandeo. La criba. El discernimiento. Porque si no lo distinguimos o, aún peor, no reconocemos que no todo vale, aunque tenga la misma apariencia, podremos llegar a hacer un buen pan… con harina tóxica. Sólo Dios es quien separará el trigo malo del bueno, pero no aquí y ahora. Será “el fin del tiempo”, según Mt. Y sí, es tranquilizador saber que es Dios quien juzga, no nosotros. Pero eso no nos exime del aquí y el ahora de nuestros campos, con su trigo y su cizaña.
El Dios de Jesús es paciente, gracias a Dios. Y es el mismo que no soporta nuestras maldades y mentiras (Is 1,10-17), gracias a Dios. Porque no todo vale, ¿no? Otra cosa es lo que nos toca a nosotros... Eso es harina de otro costal.