Me resguardo como puedo. Como todos cuando el sol de estos días aprieta. Que no solo nos ahoga la palabrería inútil, reiterada, invasiva, de estos días. Y que tanto sofocan también a la vida, en vez de aligerar su peso con palabras que añoren y evoquen más brisas por el bien común.
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A la hora de seleccionar los temas de mi blog “migratorio” alterno la atención de lo pequeño que me llama la atención, con lo grande o llamativo de algunos acontecimientos. Afino la vista a lo minúsculo y/o me dejo invadir por lo mayúsculo. Y a partir de ahí, intento colaborar desde la pequeña ventana por la que veo mi vida (tantas veces alterada por la valla que encierra y excluye, e invita a ser saltada) para repicar en algún corazón. Eso ya no depende de mí. Escojo y me mezclo entre lo pequeño y lo grande, lo llamativo o lo escondido. Y siempre teniendo a la persona en el centro. Sabiendo también que la confluencia es posible, porque cada uno de los más pequeños alientos o presencias de la vida cotidiana se abre al Infinito. Y viceversa.
Hacia esa apertura conjunta y relacionada de lo cotidiano pequeño con lo numeroso y/o grande me dirijo hoy desde la tragedia de estos últimos días: Túnez emula a Argelia y Libia expulsando y abandonando a cientos de migrantes en el desierto, sin agua ni alimentos, como denunciaba la ONG humanitaria Human Rights Watch (HRW). Se une a acontecimientos parecidos en Canarias y en todo el mundo.
Una sola gota de sudor de una sola persona de las expulsadas al desierto, o una sola lágrima vertida, llega hasta el Infinito. Una sola lagrima. O una sola persona. Lo pequeño se hace grande. Y lo grande se condesa en lo pequeño. Como la Encarnación.
Aunque impacte y se extienda más el dolor y el sufrimiento desde los cántaros de agua de las expulsiones masivas. Torrenteras sin sentido que desfiguran a la Humanidad.
Devolviendo lo recibido invito a pronunciarse y responder según aquello de Eduardo Galeano:
“Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”, que en las circunstancias actuales está de vigente actualidad. Y un compatriota suyo, también escritor, Mario Benedetti, decía: “Quién lo diría, los débiles de veras nunca se rinden”.
La gente pequeña no se rinde, los débiles nunca se rinden, hacen miles de cosas pequeñas y poco a poco empiezan a cambiar el mundo. A lo grande.
Como despedida dejo un pequeño texto del mismo Galeano.
“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso –reveló– un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende”.
Sentimos el calor en estos días pegado al cuerpo. Pero el calor de los últimos fuegos citados va por otro lado. Por el de los que se apasionan, se encienden y luchan, desprendiendo gota a gota la entrega de su vida, cada uno como puede y donde puede, ante las una o mil expulsiones de migrantes. Arrojados a todos los desiertos infernales donde no se respira. Ni se vive.
“¡Uf que calor!”
Quizás los expulsados me debieran rozar más veces. Hoy me empapo de una vida cualquiera de alguno de ellos empujados al secarral por la fuerza bruta. Sin saber nada de su vida. Pero es fueguito que arde en mí porque es mi prójimo. Calor sin consumirse. Llama de zarza ardiente. ¡Y siento, que, con él, también desterrado, entre el calor que derrite y la soledad de la muerte se va escapando nuestra vida! La suya y la de todos. Gota a gota.
Y ¡se nos va todo, se nos va todo!
O bien, al mirarlo emocionado en sus ansias de vida, ¡se enciende como un fueguito de mi hogar!