¿Y si fueras tú quien hubiera recibido el milagro? Muchas veces, después de leer algún versículo de la Bíblia en el Nuevo Testamento, me quedo reflexionando acerca de los innumerables milagros que realizó Jesús entre nosotros y la pregunta se queda en mi mente y corazón: — Si fuera yo a quien sanó —. Entonces la narración adquiere otro sentido, se revelan nuevas cosas y surgen otros significados.
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Cuando el milagro que sucede se vive en primera persona, nos deja nuevas perspectivas y enseñanzas. ¿Te imaginas ser el paralítico?, ¿el tullido? o ¿el leproso? Tener la enfermedad y de un momento a otro estar curado, recibir la sanidad nada más y nada menos que del Hijo de Dios. Tan sólo pensarlo hace que la piel se me erice. ¡Qué privilegio! Recibir tanta generosidad y atención en un momento tan difícil, cuando no se tiene salud, todo es complicado, ver soluciones no es tan sencillo.
Y de pronto, en el camino, por conocidos, con la ayuda de los amigos me llevan a su encuentro y mi vida entonces cambia radicalmente. Estoy seguro que no podría ser la misma persona después de ese encuentro, habría un antes y un después definitivamente. ¡Me sanó! ¡Me curó! Nadie lo pudo hacer, ninguno con sus conocimientos me regresó lo que había perdido, dignidad, calidad de vida y especialmente la alegría de vivir.
Él me devolvió tanto en tan sólo un instante, dejé mi sufrimiento para comprender lo que realmente es la Buena Nueva, ese camino en el que el dolor desaparece y el propósito del amor aclara todo, ofreciendo un nuevo horizonte. Recibir el milagro en mi propia piel me inspira a tantas cosas, a compartir y dar a conocer lo que sucedió en ese momento.
“Me cambió la vida”
Una acción de esa magnitud debe darse a conocer, debo decir que antes estaba enfermo, parapléjico o impedido y ahora todo es diferente, me cambió la vida con un toque, con una oración o me devolvió la vista usando su saliva, tal vez ese día comí gracias a la multiplicación de los panes y los peces.
“Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguieron grandes multitudes. Un hombre que tenía lepra se le acercó y se arrodilló delante de él. ―Señor, si quieres, puedes limpiarme —le dijo. Jesús extendió la mano y tocó al hombre. ―Sí quiero —le dijo. ¡Queda limpio! Entonces Jesús añadió: ―No se lo digas a nadie, sino que preséntate ante el sacerdote y lleva la ofrenda que ordenó Moisés, para que les conste que quedaste sano―”. Mateo 8, 1-4.
La fe como elemento indispensable en mi curación, sin fe, tal vez no sería posible. Estoy convencido que vivir en ‘carne propia’ cada milagro, nos permite despertar a una nueva vida, una dimensión que nos acerca más al doliente y nos permite conocer la necesidad desde una vivencia personal y no distante, como en ocasiones nos sucede cuando somos espectadores y escuchamos las narraciones evangélicas en perspectiva.
¿Has recibido algún milagro? ¿Has vivido un antes y un después con Cristo? No hay palabras para describir todo lo bueno que experimentamos, cuando recibimos la gracia de Dios que nos transforma y definitivamente, nos vuelve nuevas personas. Vivir el mensaje y darnos la oportunidad de experimentar en primera persona.