Un baño de realidad a las expectativas de la cumbre de febrero sobre abuso a menores


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Bajo cualquier circunstancia, el anuncio el pasado septiembre de que el Papa iba a reunir en febrero a todos los presidentes de las conferencias episcopales del mundo para discutir los escándalos de abusos sexuales en la Iglesia, es un notición.

Tras utilizar el Vaticano dicha cumbre para que los obispos americanos no adoptasen nuevas medidas sobre el tema, se sobreentiende que los analistas americanos tratarán la cumbre de febrero como la de Stalin y Roosevelt en Yalta… al máximo nivel histórico.

Antes de que la espiral de expectativas se descontrole, es importante decir esto bien alto: Esto no va a ser el Yalta de los abusos, y esperar semejante cosa sería una tontería.

“Buenas prácticas” contra los abusos

Vamos a plantear las razones por qué y luego hablaremos de lo que realmente sería un éxito.

Primero, Yalta fue durante una semana completa (del 4 al 11 de febrero de 1945). Esta cumbre serán tres días y gran parte del tiempo no serán los titanes de la Tierra forjando un acuerdo, sino escuchando las presentaciones de los expertos ponentes. Será más un taller de fin de semana que una negociación de alto nivel.

Segundo, y seguro, más importante para nuestro objetivo, esta cumbre no tendrá un grupo homogéneo de obispos que estén más o menos al mismo nivel en la crisis de los abusos para que puedan afinar los detalles de un criterio común. Más bien tendremos un tercio de los obispos del mundo que ha experimentado dicha crisis -presión mediática, juicios, compensaciones económicas, etc.- y capta instintivamente la necesidad que tiene la Iglesia de adoptar “buenas prácticas” en la lucha anti-abuso.

Luego están los otros dos tercios de los obispos, muchos de naciones en vías de desarrollo en el sur, que nunca han experimentado esta crisis. Muchos están convencidos de que sus culturas no afrontan el problema igual, y se lamentan de cómo los occidentales han gestionado los escándalos, ensombreciendo sus propias preocupaciones y prioridades. Se cuestionan qué necesidad tienen sus países de hacer, de un fenómeno que ven limitado cultural y geográficamente, una prioridad.

Distintos contextos culturales

Es más, algunos de estos obispos incluso sospechan que los esfuerzos para imponer una respuesta universal a los abusos, es otro capítulo del colonialismo occidental, endosándole a todo el mundo el criterio americano y europeo, sin ni siquiera pararse a pensar si tienen sentido en otros contextos culturales.

Un ejemplo al respecto: desde el comienzo de la crisis de los abusos, el Papa ha recibido llamadas desde grupos reformistas y defensores de las víctimas para que imponga una política global de “reporte obligatorio”, por la cual, los obispos estarían obligados a reportar todas las acusaciones de abusos sexuales a la policía y las autoridades civiles.

Esto, que resulta una obviedad para americanos y europeos, en cuyos países se puede confiar en general en la integridad de la policía, resulta chocante para países como China, India u Oriente Medio -lugares donde la policía a veces está bajo el control de fuerzas hostiles a la Iglesia-, en los que puede parecer que le das a tu enemigo otro arma para destruirte, sin mencionar a los clérigos inocentes que pueden servir de alimento para los lobos. 

Prueba de esta división fue el pasado Sínodo de los Obispos, cuando un grupo de unos 260 estuvieron a punto de establecer una política de “tolerancia cero” y fue retirada en el último momento, sobre todo por la oposición de los países emergentes de África y Asia.

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Un problema universal

Como resultado, sería poco realista anticipar un conjunto de directrices universales valientes que salgan de la cumbre de febrero. Cuando los participantes y los organizadores dicen que esto es solo el principio, no están exagerando.

Entonces, ¿qué podemos anticipar que sea realista?

Bueno, por un lado, la reunión le da a Francisco la oportunidad de dar un mensaje inequívoco de que el abuso clerical es un problema universal, uno que requiere la participación de la Iglesia a todos los niveles para poder resolverlo.

Francisco también podría dar un ejemplo anunciando métodos concretos para construir sistemas de credibilidad más fuertes, no solo para el crimen del abuso, sino también para el encubrimiento. Nada atrae más la atención de los obispos como una nueva manera de perder su trabajo.

Finalmente, Francisco podría encargar a todos los presidentes que se reúnan con los supervivientes cuando vuelvan a casa. Cualquiera que esté involucrado en el proceso de sanación te dirá que no hay nada que supere el estar tiempo con las víctimas para comprender el horror que supone el abuso por parte del clero.

Los obispos escucharán los testimonios de las víctimas en Roma, pero no hay nada como enfrentarse a las víctimas en el patio de casa.

Resumiendo: la mayoría de los americanos se sentirán frustrados con los resultados de la cumbre de febrero, que podrán parecer escasos. Los ánimos se elevarán o se hundirán: dependerá de lo ágiles que sean los obispos para diseñar un plan de acción coherente con las indicaciones posteriores a la cumbre.

Tal y como la Iglesia está globalmente, es lo único realista que uno puede esperar -y lo triste es que, simplemente eso, puede representar un auténtico progreso.