Tras un agosto relativamente tranquilo, el papa Francisco ha empezado a trabajar creando el domingo a trece nuevos cardenales, diez de ellos electores en un futuro cónclave. Sin duda, nada tiene más consecuencias en un papado que la elección de cardenales. No solo se convierten inmediatamente en los líderes más influyentes de la Iglesia, sino que algún día elegirán al nuevo Papa, y –me atrevería a decir– muy mal se tendría que dar si este no está entre uno de ellos.
Siempre es interesante desmenuzar las opciones del Papa para determinar por qué ellos. Por esto, analizamos algunas conclusiones sobre los nombres anunciados por Francisco.
En 1975, san Pablo VI estableció un límite de 120 cardenales electores bajo la teoría de que cualquier número superior haría el cónclave difícil de gobernar. Desde entonces sus sucesores han cumplido con ese límite, aunque a veces se ha sobrepasado, como lo hizo san Juan Pablo II cuatro veces en nueve consistorios, llegando hasta 135.
Ahora mismo hay 118 cardenales con menos de 80 años, y ninguno los tendrá durante el consistorio. A finales de octubre, cuatro cardenales cumplirán 80, dándole al Papa, teóricamente, seis vacantes. Aunque ha creado diez nuevos electores, y esas vacantes no se abrirán hasta noviembre del año que viene, cuando el cardenal Donald Wuerl cumpla los 80.
Francamente, quizá sea el momento de derogar el límite de los 120 cardenales, ya que los papas lo ignoran según les venga bien. Por otro lado, sí es un recordatorio oportuno de cómo suele ser la ley en el catolicismo –a menudo más un ideal que realmente una realidad–.
Americanos… ¿Qué americanos?
Este será el tercer consistorio seguido de Francisco en el que no hay nombramientos de cardenales americanos. Realmente es su sexto consistorio, y solo en uno nombró tres de golpe: Kevin Farrell, del Dicasterio para los Laicos, familia y vida; Blase Cupich, de Chicago y Joseph Tobin, de Indianápolis, aunque luego trasladado a Newark.
El eterno candidato es el arzobispo de Los Angeles, José Gómez, que sigue esperando su oportunidad, aunque curiosamente, esta diócesis –una de las más grandes del mundo– desde 1953 siempre ha sido liderada por un cardenal.
Se pensó que Francisco se contenía para nombrar a Gomez hasta que su predecesor, el cardenal Mahony, cumpliera los 80, pero este debe ser el cuarto consistorio desde que así sucediera… También se dice que Francisco prefiere nombrar cardenales de la periferia más que de los grandes centros de poder, pero eso no es un absoluto. ¿Cómo si no entender la presencia de Matteo Zuppi de Bolonia en este consistorio, sobre todo cuando Italia tiene muchos más cardenales que EE UU?
Dado el apoyo de Gomez a los derechos de los inmigrantes y su posible perfil como primer cardenal hispano de EE UU, se entiende menos que este Papa latinoamericano y tan pro-migrantes, no haya gastado ese cartucho.
Quizá es tan simple como el hecho de que Gomez, como miembro del Opus Dei, es considerado doctrinalmente conservador y por ello no muy del gusto de Francisco. Quizá Gomez también sufra del hecho que Francisco siempre ha sentido cierta ambivalencia con respecto a EE UU y no le apetece hacer lo que los americanos esperan. Quizá tenga que ver con el hecho de que Gomez tuvo relación con la penosa gestión por parte de los obispos americanos en 2018 del borrador de normas sobre la responsabilidad de los obispos, en la que parecía que querían acorralar al Papa.
¿Para qué están los amigos?
La conclusión más obvia que podemos extraer del consistorio de 2019 es que Francisco es buen amigo de sus amigos, ya que varios de los nuevos solideos serán buenos aliados.
El arzobispo José Tolentino Mendonça, por ejemplo, es un teólogo y poeta portugués que ha desarrollado un pensamiento secular contagioso y a quien, antes de su nombramiento como archivero y librero vaticano en 2018, pocas veces se le vio llevando ropa talar.
El arzobispo Jean-Claude Höllerich, de Luxemburgo, jesuita como el Papa, está considerado un defensor de Francisco, progresista y fiable. Entre otras cosas, ha tomado postura a favor del poder de los laicos y escribió un artículo memorable en La Civiltá Cattolica en contra del nacionalismo populista.
Zuppi, de Bolonia, es miembro de la Comunidad de Sant’Egidio, movimiento favorito del Papa, y defensor a ultranza de los pobres e inmigrantes. Mientras, el padre jesuita Michael Czerny ha sido la mano derecha del Papa en el tema de los migrantes y refugiados, desde su puesto en el Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral. Este nombramiento, por cierto, sirve de recordatorio de que este Papa no siempre nombra cardenales a quienes ya son obispos.
Uno podría seguir, pero la cuestión es clara: este es un consistorio en el que Francisco eleva una corte de hombres de Iglesia semejantes, posicionándolos para ayudarle en su agenda en este momento y asegurarse de que el próximo papa, quienquiera que sea, no sea alguien con idea de dar marcha atrás.
En otras palabras, Francisco saldrá del consistorio reforzado como líder, y si esto es bueno o malo, dependerá de cómo lo considere el católico de a pie.
Regocijo para los religiosos
Cinco de los diez electores pertenecen a órdenes religiosas: dos jesuitas, un comboniano, un capuchino y un salesiano. Dos de los tres cardenales honorarios también lo son, incluyendo otro jesuita y un calabriano.
En parte, las elecciones reflejan el énfasis misionero de este Papa, ya que las órdenes religiosas han sido el principal brazo misionero de la Iglesia, especialmente en las zonas del mundo consideradas periferias. Y, además, es parte de la estrategia de este papado para volver a poner en valor las órdenes tradicionales y establecidas de la Iglesia, oponiéndolas a los “nuevos movimientos” que tenían el favor de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Como miembro de una orden religiosa, Francisco ha intentado sanar la relación entre el Vaticano y las órdenes de manera prioritaria, y este consistorio es una extensión lógica de esta posición.
Santa rehabilitación
Finalmente, el nombramiento del arzobispo británico Michael Fitzgerald como uno de los cardenales honorarios por encima de los 80 habla a gritos a los observadores, ya que forma parte de un conjunto floreciente de figuras que incluyen al cardenal alemán Walter Kasper, por ejemplo, y al cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga, cuyas carreras se estancaron durante los años de Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero han sido rehabilitados bajo el papado de Francisco.
Un miembro de los Misioneros de África, llamados Padres Blancos por el color de su hábito, Fitzgerald, fue más o menos la persona indicada para el islam durante dos décadas, y fue secretario del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso desde 1987 a 2002, y luego su presidente hasta 2006. Fitzgerald es un experto en islam. Estudió en Túnez de joven, donde aprendió árabe, y después trabajó en la Escuela de Estudios orientales y africanos en la Universidad de Londres. También fue profesor en Uganda, enseñando islam a musulmanes y cristianos, y en el Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos del Vaticano.
De personalidad afable y accesible, Fitzgerald es muy popular en Roma. Aunque tras el 11-S, su postura conciliadora le llevó a chocar con muchos católicos que querían una postura más radical. Cuando Benedicto XVI le quitó del Consejo para el Diálogo interreligioso en 2006, antes de que terminara su período de 5 años, y le mandó a Egipto de nuncio, muchos lo vieron como un exilio.
Después de trece años, Fitzgerald va a ser un príncipe de la Iglesia… realmente, no hay victoria –ni derrota– en el catolicismo que pueda ser total o final.
Esperen lo suficiente, da igual si están abajo o arriba… las tornas pueden cambiar para ustedes también.