Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Un Dios diverso y una Iglesia diversa


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El fin de curso siempre es una temporada un poco complicada. Se nos acumulan las tareas, las actividades y, litúrgicamente, hasta los festejos. Al cerrar la Pascua se nos vienen una sarta de fiestas varias, con muchos domingos especiales. Está claro que, aunque a los creyentes a veces nos identifiquen con tener cara de vinagre, lo más propio nuestro es celebrar y hacer fiesta. Creo, además, que hay un elemento que también es típicamente cristiano y del que no siempre somos conscientes o, al menos, no siempre extraemos sus consecuencias prácticas: la integración de lo diverso.



Por más que la igualdad sea un discurso que toda la sociedad suscribe, en el día a día tenemos experiencia de cómo nos resulta muy complicado acoger todo aquello que rompe nuestros esquemas, que no es como creemos que debería ser o que destaca y difiere mucho del conjunto. Quienes trabajan en educación saben de primera mano que, por más que ideológicamente estemos de acuerdo en la necesidad de acoger a cada uno como es y de cómo la diversidad nos enriquece, el día a día pone a prueba esas convicciones. La tentación de la homogeneidad, del pensamiento único y de considerar a los que piensan y viven de otra forma como si fueran enemigos nos ronda a todos, mal que nos pese y por mucho que desearíamos que fuera distinto. En cambio, la integración de la diferencia constituye el núcleo más central de nuestra fe cristiana.

Tres Personas distintas

Hemos celebrado que nuestro único Dios es Trinidad, que está integrado por tres Personas distintas, sin que eso chirríe ni divida a la divinidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo constituyen la unidad más perfecta, por más que a nuestro cerebro le salten chispas intentando casar este misterio de fe. El amor, cuando es verdadero, no difumina las diferencias sino que las acoge y las abraza, porque la unidad no es contraria a la diversidad. Si el Dios Amor aúna a tres Personas, celebrar Pentecostés es festejar que las distintas procedencias y culturas no impiden que nos entendamos en el único lenguaje del amor (cf. Hch 2,6). Para el Espíritu la pluralidad no es un problema, pues Él mismo genera diversidad en sus carismas, por más que se mantenga la unidad de fondo. Un Dios diverso y una Iglesia diversa.

fragmento del cuadro Santísima Trinidad de Andre del Castagno

Cada vez que en nuestras comunidades, en nuestros lugares de trabajo, en nuestras parroquias, en nuestro barrio o en cualquier otra parte, confundimos la unidad por la uniformidad o caemos en la tentación de considerar una amenaza aquello que es dispar, estamos traicionando al Dios en el que creemos y no aceptamos a ese Espíritu que derrama carismas donde y en quien quiere. En este final de curso se concentran festejos, pero ¿y si sacamos las consecuencias prácticas?