“Ahora mismo siento que no me sé nada y estas dos semanas no han servido para nada. Espero que sea simplemente el miedo de antes de los exámenes y mañana no quedarme en blanco, ¿qué hago si no sé responder ninguna de las dos opciones?”. Así empezaba la reflexión que escribí en mi cuaderno de vida el día antes de comenzar la EBAU, esa prueba que te nombran cada día durante nueve meses y que es decisiva para tu futuro… o quizás no tanto.
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Una decisión con vuelta atrás
Cientos de jóvenes se enfrentan esta semana a la temida EBAU, la prueba que, según nos repiten constantemente, determinará nuestro futuro.
Durante el año de 2º de Bachillerato parece que el objetivo principal tanto de estudiantes como del profesorado es sacar la máxima nota en los exámenes de la EBAU, algo normal si pensamos que ese examen es el que va a marcar las personas que seremos en el futuro. Mirándolo con perspectiva, me hace gracia la excesiva importancia que le damos a esos exámenes, y no lo digo burlándome del agobio que sienten los estudiantes (pues es normal con la presión que sufren durante todo el año), pero realmente ni es tan difícil, ni marca de una manera tan significativa nuestro futuro.
Si pienso en mi grupo de amigos, algunos han cambiado de carrera (llegando a pasar de un Doble Grado en Filología Clásica e Historia a Comunicación Audiovisual), otros no entraron en la carrera que querían y ahora están ilusionados con su nueva elección, otros empezaron en una ciudad y luego cambiaron a otra, algunos han repetido la EBAU al año siguiente para poder entrar en la carrera de sus sueños, e incluso tengo amigos que nunca han necesitado la EBAU y están trabajando después de hacer un grado medio y uno superior.
Y con esto no quiero decir que la EBAU no sea importante, hay que ser honestos y, parte de tu futuro, al menos a corto plazo, depende de esos exámenes. Pero si algo tengo claro es que no es una prueba tan decisiva como se vende, y que hay muchos momentos en los que puedes dar marcha atrás y volver a elegir qué quieres hacer realmente.
Sentido del estudio
De hecho, me parece lógico equivocarse en la elección de carrera, porque siento que no dedicamos el tiempo suficiente, ni la calidad, a tomar esa decisión. En muchos casos la elección de carrera viene marcada por las presiones de nuestro entorno, y especialmente por nuestros familiares que quieren que cursemos ciertas carreras específicas en función de las supuestas “salidas laborales”, o de las notas que sacamos (¿cómo no vas a estudiar medicina con la nota que tienes?).
Además, no conocemos muchas de las opciones que tenemos y en los centros educativos la presión por prepararnos de la mejor manera posible para la EBAU no deja tiempo para mostrar los distintos grados o ciclos que existen, o acompañar debidamente esta elección en base a nuestros gustos o inquietudes.
Pero además de todo esto, hay tres preguntas que muy pocos jóvenes se hacen en este periodo y que son fundamentales a la hora de descubrir cuál puede ser nuestra vocación en el futuro: ¿Qué? ¿Para qué? y ¿Para quién? Desde luego, no son preguntas fáciles de responder: saber qué me gusta (o qué no e ir descartando a partir de ahí), ver qué enfoque quiero darle a mi futuro y cómo puedo construir una sociedad mejor con mis estudios son tres preguntas de fondo que requieren bastante tiempo de reflexión, algo que en 2º de Bachillerato no es especialmente abundante. Pero siento que son tres preguntas que ayudan a encaminar de una manera bastante segura hacia dónde quiero enfocar mi vida, y, por lo tanto, qué estudios superiores quiero cursar, quitando el ruido de un supuesto trabajo seguro que, en muchos casos, nunca llega, y abriendo un abanico de posibilidades que, aunque no sean seguras, sí que se corresponden con los pilares que quiero asentar en mi futuro.