Un funeral


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A una cierta edad, te encuentras con familiares y amigos más en los funerales que en bodas y otras celebraciones. En cierta forma, celebramos la vida, aunque sea desde la muerte. En este caso, de una familiar cercana, apoyando a su esposo, a sus hijos, a su hermano.



Saludas a personas que hace tiempo que no ves, a familiares que viven en otras ciudades o a amigos que son comunes en una familia extensa como la mía. Te das cuenta de que es una bendición estar rodeado de tantas personas buenas, que comparten contigo el gozo de la vida y el dolor de la muerte; y más en estas ocasiones de enfermedad oncológica terminal sin salida ni margen de tratamiento, percibida casi como una liberación, tras meses de sufrimientos.

Unidos en la fe

Unidos en la fe, buscando el alivio de las vivencias espirituales profundas compartidas, expresadas, comunicadas. Una fe que en la vida se va haciendo convicción y apuesta, suplicada, defendida y peleada, sin la cual no se puede entender a mi familia: ni su historia, ni su actitud ante la vida, ni las decisiones vitales de sus miembros

Después de la misa, nos juntamos para comer, realidad práctica y simbólica que expresa que la vida sigue, continúa y hay que cuidar a los que quedan vivos, acuerparles, consolarles si se dejan. Lo de menos es la comida; lo que de veras cuenta es la compañía, el compartir recuerdos y reflexiones, algunas muy profundas; agradecer lo vivido y aprendido al lado de la persona que ha marchado, lo expresaron sus nietas, su hija.

Médico general

Brota de nuevo la fe

Pedir perdón por lo que no se hizo bien, por los errores cometidos, tan reales como las experiencias positivas. No guardar rencor por hechos pasados; no hay progreso posible en una relación ni en una despedida sin el perdón desde lo profundo, mucho más allá de las mediaciones humanas. Aparece otra vez la fe, sin la que es difícil vivir y crecer como familia y como personas, sin la que los intentos de soluciones desde lo humano fracasarán.

Día de emociones, de sentimientos, de despedidas y de encuentros, de lágrimas y de risas, de abrazos y de apretones de mano, de recuerdos compartidos, de presencias bienvenidas y reconfortantes, pero también de dolorosas ausencias.

Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos, por este país, por los que se van y por los que quedan aquí.