Un Kairós eclesial iluminado por la territorialidad viva


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Vivimos la irrupción de ‘un nuevo sujeto eclesial’ que nace de una sinodalidad situada y contextualizada en un espacio – territorio específico. Es una sinodalidad efectiva, que supera la noción reducida de las estructuras específicas o sus lineamientos, como el propio Sínodo de los Obispos que es una instancia formal de la Iglesia jerárquica, necesaria y muy significativa, siempre y cuando no se pierda el sentido esencial de la participación plena de todo el Pueblo de Dios en camino.



En el territorio acontece la encarnación como dinamismo de interacción e intercambio en una sinodalidad real, imperfecta y en proceso, pero e pleno movimiento. ¿Cómo incorporar esta noción de territorialidad en la reflexión sobre la sinodalidad en la Iglesia? ¿Cómo reconocer a la hermana Madre Tierra como verdaderamente otra desde la alteridad?

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El Papa señala a la hermana Madre Tierra como sujeto, y como el pobre más pobre en nuestros tiempos. Nuestra existencia depende de nuestra inter-dependencia con ella, necesitamos reconocerla como otra, allí se juega nuestro futuro y de ello nace el llamado esencial de la Encíclica Laudato Si’. Por tanto, urge establecer la categoría de Ecología Integral como elemento fundamental en toda nuestra identidad pastoral, y se requiere animar una Teología Sistemática seria como elemento sustantivo de esta sinodalidad que implica el reconocimiento de Dios, y de las semillas del Verbo, en todo lo creado.

También resulta clave una atención particular a la Ecología Cultural, desde el reconocimiento y valoración de la identidad de los pueblos originarios, de su noción de interconexión con el todo, y de la integralidad de cosmovisión recíproca del ser, la tierra, y lo sagrado. Por ejemplo, es necesario recuperar los aportes de Teilhard de Chardin en la perspectiva de la cosmogénesis, es decir el ascenso de la conciencia universal hacia una fraternidad planetaria, y desde la noción de una evolución para la comunión de todos los seres vivos y los seres creados. Una noogénesis, justa y necesaria para crecer en una plena visión de interculturalidad.

Algunas definiciones sobre territorialidad

El territorio es un espacio de interacción simbólica y material, eje de relaciones de inter-conocimiento e inter-reconocimiento, y fundamento de una nueva interpretación de la realidad. La territorialidad nos presenta un nuevo reto para asumir la realidad de manera más profunda, amplia y abierta. Las realidades, todas ellas, se nos presentan como fenómenos en permanente transformación, como  dinamismos  en  latente transición y, sobre todo, como procesos que se construyen, deconstruyen y reconstruyen, a partir de las interacciones que se  dan  entre  los  sujetos sociales que las sustentan. La realidad, como construcción social, ha  venido  a  tomar un papel determinante en la interpretación de cualquier fenómeno social.

En este sentido, desde las Ciencias Sociales se asume al territorio como  una   apropiación   ideológica, política, social y económica del espacio. En  el  territorio se da la relación del actor con la tierra desde una noción de pertenencia y de procedencia de ella; es decir, desde una dinámica de co-creación, co-relación y co-dependencia. Por ende, la noción de territorialidad, además de una idea de construcción social, también representa una relación profunda con nuestro espacio vital y todo lo que lo compone.

Asimismo, se expresa al territorio como espacio  cultural, lleno de afectos y de significación, por lo que se asume como un proceso vivo y en construcción permanente. Por ello, descubrimos una necesidad ineludible de asumir una base histórica para profundizar nuestras identidades, orígenes, y nuestra procedencia. La territorialidad material y simbólica debe ser asumida desde la compleja red de relaciones humanas que la componen. Esto es una verdad contundente, aunque también aplica para la relación de los territorios con aspectos aparentemente intangibles como nuestra cultura y espiritualidad, con el entorno natural que nos permite vivir.

En definitiva, el hecho de la relación y la interpretación sobre la identidad territorial, denota la búsqueda de la verdad con relación a la inescapable experiencia humana de la alteridad. Podemos decir, entonces, que la territorialidad, objetiva y subjetiva, personal y comunitaria, es resultado de la experiencia de constituirnos en lo que somos, a partir de la experiencia del encuentro con los otros, y en ello experimentar el misterio de lo trascendente, de Dios.

Considero, desde mi experiencia de fe, de compromiso y sobre todo desde la constatación de un Dios que se hace presente en nuestra realidad, que la experiencia de la territorialidad debe ser comprendida desde la dinámica de la Encarnación. Con ello se inserta un sentido teológico que nos permite confrontar nuestra vida con el proyecto de Reino que ha de ser territorializado aquí y ahora como convicción escatológica, y en el cual somos llamados a ser partícipes con nuestras luces y sombras.


Por Mauricio López Oropeza. Director del Centro de Redes y Acción Pastoral del CELAM