Según la Organización Mundial de la Salud, la violencia contra la mujer es “todo acto de violencia de género que resulte, o pueda tener como resultado un daño físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la privada”. Muchos son los artículos, escritos, cifras y porcentajes que se barajan, y que nos sorprenden como si no quisiéramos creer que esta sociedad de la que formamos parte sea capaz de sustentar una cultura arraigada en el abuso de poder hacia las mujeres, una cultura del patriarcado, un funcionamiento de la sociedad que transciende a todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.
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La violencia en el ámbito laboral no difiere de esta, es otra lacra cultural que hace permisible actitudes de acoso y extorsión a la mujer; cuando se condiciona el acceso al mercado laboral a la total disponibilidad haciendo imposible la conciliación; cuando la división sexual del trabajo supone una explotación del trabajo de las mujeres; cuando la amenaza o el miedo a perder el trabajo conllevan abusos, insultos, agresiones, baja autoestima, depresión…
Desde nuestro ser cristiano, en esta dura realidad, tenemos el deber de salvaguardar la sagrada dignidad que como hijas de Dios nos pertenece.
Superar la violencia de género
La teóloga Lucía Ramón expresa la necesidad de una espiritualidad evangélica como clave liberadora: “El compromiso para la emancipación de las mujeres que sufren dominación y exclusión debe estar en el centro de una espiritualidad evangélica. El cristianismo, cuando se practica con autenticidad, puede generar un crecimiento espiritual que potencie el compromiso efectivo para superar la violencia de género. En ese sentido es necesario que crezca la inserción de cristianas en los movimientos feministas” (Cfr. Noticias Obreras)
La reivindicación de las mujeres cristianas ha llegado a la calle con fuerza dando visibilidad a una sangrante situación, demandando reconocimiento de su presencia y “voz y voto” a todos los niveles: “Trabajamos en la Iglesia porque es nuestra comunidad de referencia para vivir el Evangelio. Seguiremos trabajando en ella para que podamos recuperar la comunidad de iguales que trajo Jesús (Manifiesto Revuelta de las mujeres de la Iglesia, hasta que la igualdad se haga costumbre).
También Francisco en la exhortación apostólica ‘Amoris laetitia’ condena la violencia y discriminación contra las mujeres: “Destaco la vergonzosa violencia que a veces se ejerce sobre las mujeres, el maltrato familiar y distintas formas de esclavitud (…) también en la desigualdad del acceso a puestos de trabajo dignos y a los lugares donde se toman las decisiones. La historia lleva las huellas de los excesos de las culturas patriarcales (AL, 57).
Somos Iglesia en salida y tenemos un gran reto. No debemos minimizar o silenciarnos ante las diferentes situaciones de violencia contra las mujeres, tenemos que construir relaciones liberadoras, normalizar prácticas de igualdad, favorecer un reparto equitativo de responsabilidades. Como cristianas y cristianos debemos exigir a las instituciones, incluida a nuestra Iglesia, una voz firme y fuerte ante las injusticias con la aplicación de las medidas necesarias para erradicar la violencia contra las mujeres en todos los ámbitos, pues solo cuidando y transformando podremos ser corresponsables con Dios Madre y Padre. Solo favoreciendo políticas de igualdad y su puesta en práctica, podremos caminar hacia una humanidad fraterna, hacia una sociedad del bien común.