Esta tarde lluviosa produce una cierta melancolía. En la televisión, al declinar el día, entrevistan al grupo musical Izal, que presentan su nuevo disco: Autoterapia. Al parecer de la crítica, hacen buena música. El líder del grupo, vocalista y compositor, Mikel Izal, vestido estilo indie, responde a las preguntas de la entrevistadora mientras va haciendo discurrir entre sus dedos, una a una, las cuentas de una pequeña pulsera de madera.
Surfeo por las redes y descubro que este treintañero, que mide uno noventaicinco de cuerpo entero, es ingeniero de telecomunicaciones y trabajó cinco años en un proyecto europeo para el Boeing 747. Dejándolo todo se dedicó a la música. El video del primer single, ‘El pozo’, se hizo viral: “He despertado en el fondo de este pozo sin saber quién soy, ¿cómo he llegado?”, canta intentando huir de sus infiernos.
Las yemas del índice y pulgar acarician suavemente cada cuenta de madera que transcurren en un ritmo acompasado, de una a otra, hasta dar la vuelta. Creo que se trata de un “mala” o rosario tibetano, simplificado en su forma de pulsera. Se reza, repitiendo un “mantra” o especie de jaculatoria, hasta llegar al final, para volver a repetir el recorrido hacia atrás, y así incesantemente. La meditación con un “mala” comienza a ser frecuente entre los occidentales.
“No es una huida, es un puerto”
Sin querer he recordado mi primera juventud, cuando me empapé de ‘El peregrino ruso’ y de su itinerario espiritual, que le condujo hacia la oración interior, ininterrumpida, como las cuentas de un “mala”. A mí no. Pero recuerdo que comencé a hacer la oración del corazón, con un rosario de cuentas de madera: “Jesús, mío, ten misericordia de mi”. Aún llevo otro en el bolsillo del pantalón, muy parecido, también de cordones y de madera. Me sirve en muchos momentos. Orar de esta manera hace que desvíe el eje rotatorio de mi persona y pongo la de Cristo. Ya no es mi pastoral, mi plan, mi espiritualidad, mi vida. Desmenuzo el tiempo con una pequeña jaculatoria entre los dedos y encuentro el sosiego y a veces la paz.
No es una huida, es un puerto, un pequeño refugio de descanso. Después está la navegación, el día a día, la lucha contra las tormentas, las redes, el mar embravecido y también las noches vacías de pesca, que son muchas. Aun así, busco acariciar las pequeñas cuentas y rezar sosegadamente, con un ritmo acompasado que me ayude a decelerar la respiración y acurrucarme en su regazo. Sin más.
Cuando termino de escribir estas líneas he pensado en volver a leer, después de tantos años, ese pequeño librito, ‘Strannik. El peregrino ruso’, que tiene un impactante comienzo: “Por gracia de Dios soy cristiano; por mis acciones, un gran pecador; y por mi oficio, un humilde peregrino sin domicilio, perpetuamente errante”.
¡Ánimo y adelante!