JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Cinco siglos después, es como si el Nuevo Mundo nos devolviese la visita, ahora para reevangelizar a una vieja Iglesia encorsetada…”.
El pasado mes de octubre, en pleno otoño romano, la Ciudad Eterna acogió el Sínodo de los Obispos para abordar la candente tarea de la nueva evangelización. Pastores de todo el mundo, como signo de la colegialidad, se reunieron para ofrecer sus experiencias y, por qué no decirlo, compartir también angustias en una hora delicada para la Iglesia universal.
Los obispos latinoamericanos –al menos una buena parte de ellos– llegó hasta el aula sinodal con las manos llenas de la experiencia vivida en 2007 en la Conferencia de Aparecida, en un trabajo urdido por los pastores entre los murmullos de la fe de las personas que cada día asistían al santuario de la Virgen a rezar, como acaba de recordar Francisco durante su visita a aquel mismo lugar.
Sin embargo, en la hierática Roma, algunos obispos de América Latina sintieron que entre sus hermanos de latitudes más lejanas no se acogía de buen grado la experiencia, no la entendían o hacían como que tal, y adornaban con un aire displicente formulaciones como la de la conversión pastoral. La Vieja Europa, incapaz de aportar más ideas que la de repleglarse a sus castillos de invierno, volvía a mirar por encima del hombro a otras Iglesias más jóvenes, más pujantes, más creativas, más pegadas a la realidad.
Visto y oído lo que el Papa ha dicho estos días de la JMJ de Río, parece que Francisco no solo se ha traído una reproducción de la Virgen de Aparecida, sino que dentro de su pequeño pero abultado maletín negro, ha metido consigo el espíritu de aquella V Conferencia del CELAM.
Algo ya intuíamos tras estos pocos meses de pontificado. Pero ahora, el ansia por recuperar las dimensiones discipular y misionera de la Iglesia, de reformar sus estructuras, de una conversión que elimine las adherencias de siglos de burocracias y devaneos mundanos, de fomentar una Iglesia que se hace diálogo con el mundo, de una Iglesia que es madre misericordiosa… parece decidida a instalarse en Roma.
Cinco siglos después, es como si el Nuevo Mundo nos devolviese la visita, ahora para reevangelizar a una vieja Iglesia encorsetada por las rigideces con las que a lo largo de los siglos se ha ido defendiendo del mundo.
En el nº 2.859 de Vida Nueva