Existe una constante preocupación de la Iglesia por el cuidado de la Creación, reflejada en constantes invitaciones del Magisterio Universal, iniciando con el papa Juan XXIII, quien escribió en la encíclica ‘Pacen in terris’ (1963) llamando a la paz en momentos en los que el mundo se encontraba en medio de una situación hostil generada por la Guerra.
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Ocho años después, el Papa Pablo VI describió la problemática sobre el medio ambiente, presentándola como una crisis “debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación” (‘Octogésima adveniens’, n° 21); así también, las reflexiones del Papa Juan Pablo II sobre la “destrucción irracional del ambiente natural” (‘Centesimus annus’, n° 21), el papa Benedicto XVI planteaba “un acuerdo pacífico sobre el uso de los recursos, puede salvaguardar la naturaleza y, al mismo tiempo, el bienestar de las sociedades interesadas” (‘Caritas in veritate’, n° 51).
En la actualidad, el Papa Francisco invita a responder al “desafío urgente de proteger nuestra casa común” (‘Laudato si’’, n° 13), inclusive con datos científicos: “En pocos años superaremos el límite máximo deseable de 1,5 grados centígrados y en poco tiempo más podríamos llegar a los 3 grados” (‘Laudate deum’, n° 56), reflejando así, la necesidad de cuidar la Creación, que conlleva protegerla, custodiarla, preservarla.
En este contexto, nos planteamos la pregunta ¿lo estamos haciendo? Algunos dirán sí, otros todavía y algunos no sabrán qué responder, considerando que es un hecho que vemos y sentimos en las manifestaciones de la naturaleza que no tuvimos en otros años; ahí, el dilema ¿quién tiene que hacerse cargo de este tema? sin duda la primera respuesta es todos, y se completa con el argumento que es transversal, por tanto, nos seguimos preguntando ¿quiénes? Reflejando así, un vacío en este tema.
Por ello, es imperativo discernir y reconocer como una necesidad pastoral, que no es meramente una moda pasajera o un interés superficial, sino un llamado profundo que busca una respuesta genuina para nutrir y fortalecer la fe vivida en comunidad para el cuidado de nuestra casa común.
¡A cuidar la Creación!
En esta línea el cuidado a la Creación para muchos es considerado como una crisis ecológica, ampliamente documentada por la ciencia, donde “nadie puede ignorar que en los últimos años hemos sido testigos de fenómenos extremos, períodos frecuentes de calor inusual, sequía y otros quejidos de la tierra que son sólo algunas expresiones palpables de una enfermedad silenciosa que nos afecta a todos” (LD 5), y en nuestros entornos eclesiales se subraya como una profunda necesidad pastoral.
Por tal motivo, y muchos otros argumentos, planteamos reflexionar la necesidad de reconocer un ministerio para el cuidado de la Creación en la Iglesia, no solo porque interpela a la comunidad cristiana, sino para iniciar un crucial momento en la historia, y como respuesta concreta en la protección del planeta, considerando lo que indicaba Borobio: “en una comunidad puede haber muchos “servicios”, pero no muchos “ministerios”; todo ministerio es servicio, pero no todo servicio llega a ser un ministerio”.
Es menester ofrecer un ministerio reconocido para una tarea específica, en nuestro caso, el cuidado de la Creación que no puede ser simplemente transversal, sino de carácter prioritario, porque hay una tierra que clama por el cuidado.
Frente a este tema se alinean todo el caminar de la Iglesia desde Vaticano II que impulsa la participación en diversos ministerios y apostolados, los constantes llamados de los pontífices, las reflexiones teológicas, el momento sinodal, enfatizando la corresponsabilidad; pero, sobre todo, la preocupación de responder la pregunta ¿qué dejaremos a las futuras generaciones?
Por Marcial Riveros Tito. Teólogo y Contador Público