La bretona Abadía de Daoulas acoge la mayor exposición mundial sobre la cultura funeraria, el vínculo con los muertos. Pero nuestra época se caracteriza por dar la espalda a la relación con los muertos. Intentamos vivir despejando el misterio de la muerte, pero esta es la que hace que cada instante de la vida sea crucial y un milagro, llena de libertad cada elección, que la muerte nos revela como decisiva, irreversible, indeleble.
- PODCAST: Reparar el daño y abrirse al cambio
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La festividad de Todos los Santos es una celebración colectiva del vínculo con nuestros seres queridos fallecidos. Es una relación entrañable y continua, pero ese día la recordamos todos juntos y reflexionamos sobre su profundización. Lamentablemente, ha sido destruida por una especie invasora que nos priva de esa reflexión vital: Halloween.
Celebración defensiva
Halloween nos aleja exageradamente de esa celebración porque se centra en los monstruos y en el mal. La gente se disfraza de monstruos, malignidad y muerte para exorcizar y conjurar al mal, para reírnos de ello y restarle gravedad. Es una celebración defensiva. En comparación con el mexicano Día de los Muertos, la otra gran alternativa global para ese día, Halloween ignora mucho más lo esencial del día.
Parte de los graves problemas que arrastra nuestra civilización se debe a que descarta e invisibiliza a los otros, rompe los vínculos del cuidado que son esenciales al ser humano. No se relaciona con el hijo gestado y lo aborta, hace invisible al pobre, extingue especies del profundo Amazonas, ignora sus vínculos con los muertos, no quiere reflexionar sobre ello.
Es urgente resignificar el Día de los Muertos en su vertiente más humanista y trascendente. Un año más, casi todos los colegios, incluso muchos católicos, volvieron a optar días atrás por celebrar Halloween, y hay en ello algo nocivo. Es necesario, por tanto, realizar un esfuerzo creativo y contracultural para restaurar esta crucial celebración.