En un nuevo paso del camino sinodal iniciado en Puerto Maldonado en enero de 2018, Francisco publicó la exhortación apostólica ‘Querida Amazonía’, fechada y firmada “en Roma, junto a San Juan de Letrán, el 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, del año 2020, séptimo de mi Pontificado”.
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A manera de una carta –querida Amazonía– la escribió Francisco en español para que brotara desde el corazón o, quizá desde las entrañas, tejiendo primorosamente en los 120 numerales que conforman el documento, poesía, contemplación, análisis de realidad, oración y discernimiento, con su preocupación por los pueblos de esta región geográfica, no solamente desde la opción preferencial por la defensa de los pobres, marginados y excluidos, sino como protagonistas: “Se trata de reconocer al otro y de valorarlo ‘como otro’, con su sensibilidad, sus opciones más íntimas, su manera de vivir y trabajar” (QA 27); también desde su sacramentalidad, comoquiera que recuerda: “Si damos la vida por ellos, por la justicia y dignidad que merecen, no podemos ocultarles que lo hacemos porque reconocemos a Cristo en ellos” (QA 63)
Hermosamente, también, organizó su estructura temática recurriendo a cuatro sueños que la Amazonía le inspira (Cf. QA 6) y que sirven de pilares al documento: el sueño social (8-27), el sueño cultural (28-40), el sueño ecológico (41-60) y el sueño eclesial, cuyo propósito, “desarrollar una Iglesia con rostro amazónico, necesita crecer en una cultura del encuentro hacia una ‘pluriforme armonía’ (EG 220)” (QA 61), precisa Francisco en el mismo documento. Y destaca, a manera de puerta de entrada a la presentación de esos sueños, que “todo lo que la Iglesia ofrece debe encarnarse de modo original en cada lugar del mundo, de manera que la Esposa de Cristo adquiera multiformes rostros que manifiesten mejor la inagotable riqueza de la gracia”, precisando que “la predicación debe encarnarse, la espiritualidad debe encarnarse, las estructuras de la Iglesia deben encarnarse” (QA 6).
A diferencia de las anteriores exhortaciones postsinodales de su pontificado, en las que hizo eco y acogió las proposiciones de los padres sinodales en el documento final de la correspondiente asamblea del Sínodo de los Obispos, en esta oportunidad se limita a presentar oficialmente el documento que ofrece las conclusiones del Sínodo e invita a leerlo (Cf. QA 3), al mismo tiempo que explica por qué no lo cita y precisando el siguiente propósito:
“Con esta exhortación quiero expresar las resonancias que ha provocado en mí este camino de diálogo y discernimiento. No desarrollaré aquí todas las cuestiones abundantemente expuestas en el Documento conclusivo. No pretendo ni reemplazarlo ni repetirlo. Sólo deseo aportar un breve marco de reflexión que encarne en la realidad amazónica una síntesis de algunas grandes preocupaciones que ya expresé en mis documentos anteriores y que ayude y oriente a una armoniosa, creativa y fructífera recepción de todo el camino sinodal” (QA 2).
Desde la mirada de mujer propia de este blog, solamente voy a abordar el tema los ministerios eclesiales femeninos que suscitaron tantas expectativas y cuestionamientos a lo largo del camino sinodal. Especialistas en otros temas están haciendo sus respectivos aportes y, muy seguramente, tendré oportunidad de volverme a ocupar de Querida Amazonía en toda su riqueza. Pero vayamos por partes.
¿Propuestas “valientes” en el camino sinodal?
En los primeros pasos del camino sinodal, el Documento Preparatorio (2018) y el Instrumentum laboris (2019) invitaron a hacer propuestas “valientes” (DP 14; IL 106) para los ministerios con rostro amazónico. Por eso era de esperar que en el paso siguiente, la reunión de los obispos en Roma en octubre de 2019, del aula sinodal salieran propuestas “valientes” respecto al “tipo de ministerio oficial que puede ser conferido a la mujer, tomando en cuenta el papel central que hoy desempeñan las mujeres en la Iglesia amazónica” (DP 14).
Pero en el Documento Final entregado al Papa en la última reunión general –un magnífico diagnóstico de la realidad amazónica y una convincente invitación a buscar nuevos caminos de conversión pastoral, de conversión cultural, de conversión ecológica y de conversión sinodal– no se hicieron propuestas “valientes”, más allá de reconocer que las comunidades amazónicas “han desarrollado una rica ministerialidad” (DF 39) –casi siempre ejercida por mujeres–; de afirmar que una Iglesia con rostro amazónico necesita “formas organizativas para el ejercicio de la sinodalidad […] potenciando la participación de las mujeres” (DF 92) y que “es urgente que se promuevan y se confieran ministerios para hombres y mujeres de forma equitativa” (DF 95); de proponer para la Iglesia en la Amazonía la invitación de Francisco en Evangelii gaudium a “ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia” (EG 103), recordando que “la Iglesia desde el Concilio Vaticano II ha resaltado el lugar protagónico que la mujer ocupa dentro de ella” (DF 99); de pedir “que la voz de las mujeres sea oída, que ellas sean consultadas y participen en las tomas de decisiones y, de este modo, puedan contribuir con su sensibilidad para la sinodalidad eclesial”, precisando que “es necesario que ella [la mujer] asuma con mayor fuerza su liderazgo en el seno de la Iglesia, y que esta lo reconozca y promueva reforzando su participación en los consejos pastorales de parroquias y diócesis, o incluso en instancias de gobierno” (DF 101) –como si la forma de asumir un liderazgo consistiera en ocupar puestos o cargos en la organización eclesiástica: pero los reclamos no son burocráticos–; de admitir “la ministerialidad que Jesús reservó para las mujeres” y que “es necesario fomentar la formación de mujeres en estudios de teología bíblica, teología sistemática, derecho canónico, valorando su presencia en organizaciones y liderazgo dentro y fuera del entorno eclesial”; de declarar que “aseguramos su lugar en los espacios de liderazgo y capacitación”.
También el documento final proponía compartir experiencias y reflexiones con la “Comisión de Estudio sobre el Diaconado de las Mujeres” creada en 2016 por el papa Francisco, fundamentando la propuesta en que “en las múltiples consultas realizadas en el espacio amazónico, se reconoció y se recalcó el papel fundamental de las mujeres religiosas y laicas en la Iglesia de la Amazonía y sus comunidades, dados los múltiples servicios que ellas brindan” y que “en un alto número de dichas consultas, se solicitó el diaconado permanente para la mujer” (DF 103).
No obstante, los padres sinodales no pidieron el diaconado femenino en el documento final, sino a manera de premio de consolación, “revisar el motu propio Ministeria quaedam, para que también mujeres adecuadamente formadas y preparadas puedan recibir los ministerios del lectorado y el acolitado, entre otros a ser desarrollados”, uno de los cuales es el ministerio instituido de “la mujer dirigente de la comunidad”, que piden los obispos, teniendo en cuenta que en la Amazonía, “la mayoría de las comunidades católicas son lideradas por mujeres” (DF 102).
Al fin y al cabo, como hombres de Iglesia, los padres sinodales no se atrevieron a pedir un ministerio ordenado para las mujeres sino un ministerio instituido. Con lo cual las mujeres que, en la práctica, ejercen el diaconado en la región amazónica seguirán ejerciéndolo sin tener el reconocimiento oficial ni contar con la gracia sacramental, sencillamente por ser mujeres, mientras los hombres, por ser hombres, sí pueden contar con ella –con la gracia– para ejercer el servicio diaconal.
¿Propuestas “valientes” en la exhortación postsinodal?
Creo que las mujeres preocupadas por esta situación de inequidad en la Iglesia católica guardábamos la esperanza de que el siguiente paso del camino sinodal –la exhortación apostólica Querida Amazonía– por fin ofreciera propuestas “valientes”. Pero no sé si el papa Francisco cedió a la presión de los grupos conservadores –el cardenal Müller ya salió a reclamar como trofeo que la exhortación es un documento de reconciliación– o se quedó enredado en la tradicional lectura sacerdotalizante de la ministerialidad eclesial que alimenta la espiritualidad de los hombres de Iglesia.
Lectura sacerdotalizante que se evidencia cuando al referirse a “la inculturación de la ministerialidad” y, consiguientemente, al ministerio de los sacerdotes afirma que “lo específico del sacerdote” es que “el sacramento del orden sagrado lo configura con Cristo sacerdote” y “signo de Cristo Cabeza” (QA 87). También cuando al referirse a “la fuerza y el don de las mujeres” considera que otorgar a las mujeres “un status y una participación mayor en la Iglesia” dándoles “acceso al orden sagrado” sería clericalizarlas y empobrecer su aporte (QA 100).
Sin embargo, no pierdo la esperanza de que en algún momento Francisco no dé una sorpresa con alguna propuesta “valiente”. Querida Amazonia plantea que “en una Iglesia sinodal las mujeres, que de hecho desempeñan un papel central en las comunidades amazónicas, deberían poder acceder a funciones e incluso a servicios eclesiales que no requieren el orden sagrado y permitan expresar mejor su lugar propio”, recordando que “estos servicios implican una estabilidad, un reconocimiento público y el envío por parte del obispo”, lo cual permite que “tengan una incidencia real y efectiva en la organización, en las decisiones más importantes y en la guía de las comunidades”, e incluye una precisión que, a mi juicio, sobra: “sin dejar de hacerlo con el estilo propio de su impronta femenina” (QA 103). Aunque, ¿cuál es ese estilo propio y esa impronta femenina más allá de la originalidad e irrepetibilidad de cada persona?
Y no pierdo la esperanza porque, en el marco de la lectura sacerdotalizante de la ministerialidad, propone “promover el encuentro con la Palabra y la maduración en la santidad a través de variados servicios laicales, que suponen un proceso de preparación –bíblica, doctrinal, espiritual y práctica– y diversos caminos de formación permanente” (QA 93). Asimismo, que “una Iglesia con rostros amazónicos requiere la presencia estable de líderes laicos maduros y dotados de autoridad”, lo cual supone dar lugar “a la audacia del Espíritu, para confiar y concretamente para permitir el desarrollo de una cultura eclesial propia, marcadamente laical” (QA 94).
Sobre todo, no pierdo la esperanza de propuestas “valientes” porque casi al final del documento compara la difusión inicial de la fe encarnándose en las culturas grecorromanas con el momento actual que considera momento histórico: “la Amazonia nos desafía a superar perspectivas limitadas, soluciones pragmáticas que se quedan clausuradas en aspectos parciales de los grandes desafíos, para buscar caminos más amplios y audaces de inculturación” (QA 105)”. Y aquí pueden surgir propuestas “valientes” para los ministerios eclesiales femeninos.