Un Papa poco caritativo


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Vale, vale, vale… Esa afirmación de ahí arriba no es de mi cosecha ni responde a lo que pienso. No necesitaba la visita relámpago a Lesbos para apreciar el coraje de este hombre. Su último viaje a México, por ejemplo, fue un catálogo de zascas –empezando por los obispos– contra todos aquellos que vampirizan impunemente la dignidad de los últimos en lugares que nuestros intelectuales de salón no pisarían ni en una sesión de realidad virtual.

Pero es llamativo que ante el silencio de la comunidad internacional, ante la violación de los derechos humanos, cuando se cocinan las primeras páginas de la vergüenza del siglo XXI, algunos cuestionen la iniciativa de Francisco y se le acuse de ir a hacerse fotos con el dolor ajeno, de ser rácano con la caridad pues solo se lleva a una docena de refugiados al Vaticano, o de ser cómplice porque la caridad no interpela y es complaciente con los verdugos. Ahí es nada.

Desprestigiar a Bergoglio con argumentos así va convirtiéndose en tendencia entre aquellos a los que este trienio pontificio se les está haciendo intenso. Son los que van de decepción en decepción (y ahora no me refiero a los obispos que miran aún la nota 351 de Amoris laetitia como si en vez de salir de dos sínodos lo hiciera de un cubilete de trilero). Francisco irrita a los irredentos de la izquierda anticlerical porque sus gestos les retrata en su postura acomodaticia.

¿Quién se ha manifestado en favor de los refugiados en España? ¿Quién ha criticado las medidas del Gobierno alentados por quien fue capaz de decírselo en la cara a los grandes en la ONU? Sí, las entidades de Iglesia. Mientras, los partidos, incluidos los “nuevos”, estaban ausentes de esta realidad. En el mismo limbo que la derecha que se desgañitó reivindicando las raíces cristianas de Europa. Y ahí siguen.

En el nº 2.985 de Vida Nueva

 

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