Hoy por hoy, quienes leen algo sobre el Adviento ya saben lo que es. Quizá buscan algún recurso para su actividad pastoral o alguna reflexión para su propia vida. O simplemente es curiosidad por lo que tal o cual persona dice. Todos sabemos que tiene que ver con la esperanza que no se puede forzar y que, al mismo tiempo, se resuelve muchas veces por las bravas: o bien lo dejamos en estética para nuestra vida, que adorne acciones y espacios con palabras bonitas; o bien lo traducimos en una ética que exige lo que no se puede violentar. ¿Y Dios qué pinta en todo esto? ¿Se puede seguir hablando de Dios en nuestro tiempo? ¿Cómo una idea, como un “proyecto”, como qué?
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Si conviene o no seguir hablando de Dios, y con quién, es un tema que no me toca resolver aquí. Pero el Adviento, según decimos quienes aún hablamos de él, tiene mucho de sorpresa, precisamente porque Dios habla. Al menos fue la experiencia de María, esa mujer joven que vivía en una pequeña aldea desconocida por el imperio. Al menos fue –en pasado– la experiencia de José o eso dicen. Y seguiríamos con los preciosos relatos –en futuro– de Lucas y Mateo, que incluyen personas de todo pelaje y condición, desde pastores lugareños, pasando por unos extranjeros sabios, incluso reyes. Lo dicho: si Dios conviene o no seguir hablando de Dios, aquí no toca explicarlo; pero parece que hubo un tiempo en el que Dios hablaba elocuentemente y su Palabra era eficaz y salvadora; no era un Espíritu difuso, una Presencia misteriosa o una Sombra de sí mismo en el mundo simplemente.
Una sorpresa
Entre tantos proyectos realistas y racionales, entre tantos cálculos y cuentas, entre las muchas aspiraciones y deseos y la satisfacción de imaginar que algún día se realizarán, en medio de todas estas esperanzas y trabajos, el Adviento es para el mundo la sorpresa del plan de Dios inesperado, de la auténtica Presencia de Dios entre nosotros como promesa que se realiza en un Pequeño, de la Vida que elige y decide nacer en un rincón de la historia irrelevante y que vive con pasión una existencia entregada.
Si algo deseo, como cristiano incrustado en un mundo en el que todo es posible y en una iglesia que dice querer caminar junta y con otros, es que ese Dios que habla, que no deja de hablar, de llamar, de convocar, de corregir, de alentar y de cuidar, sea escuchado. Si algo deseo para este Adviento es que el Dios que nos visita sea acogido. Que no sea una estética, que no se juegue como una ética, que verdaderamente nos vuelva a unir con confianza y reconciliar con esperanza. Si Dios no puede, toda esperanza será vana.