(José Lorenzo– Redactor Jefe)
“Si la caridad es algo consustancial al “genoma cristiano”, ésta debería ser la piedra angular que conformase la conciencia de quienes han sido designados para enseñar, santificar y regir a los miembros de esa comunidad”
Sucede cuando más arrecian las dificultades: se buscan chivos expiatorios. También entre nosotros, en la Iglesia, crece la tentación de conjurar los males poniéndoles cara. Así, en los últimos tiempos, nos encontramos con que menudean los casos de cualificados miembros de la comunidad cristiana a los que se intenta silenciar, marginar o desterrar alegando que sus enseñanzas o escritos son motivo de escándalo para los fieles.
No siendo esto nada novedoso ni en la historia de la humanidad ni en la de la Iglesia, diría que lo más llamativo a estas alturas es lo poco que se ha avanzado en las formas con las que, quienes tienen la potestad –supongamos que hablamos de obispos– acometen tales acciones.
Si la caridad es algo consustancial al “genoma cristiano”, ésta debería ser la piedra angular que conformase la conciencia de quienes han sido designados para enseñar, santificar y regir a los miembros de esa comunidad. “Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros”, decía san Agustín, aunque hay tendencia a dejar coja esta frase. Y algunos pocos –aunque seguro que no por falta de buena voluntad– no siempre al gobernar son capaces de enseñar lo correcto, ni son modelo de escucha ni los mejores ejemplos de la caridad del Buen Pastor. Tampoco sus gestos transparentan ese rostro misericordioso, del hombre pacífico y pacificador que se les reclama a cada uno de ellos, promotores de una espiritualidad de comunión que sea capaz de construir Iglesia y que, en ocasiones, tan sólo resplandece cuando vienen otros a sustituirlos. Que le pregunten al nuncio, que no da abasto abriendo cartas de curas y laicos de aquellos lugares en donde dejó de crecer esa delicada hierba en los últimos años.
Frente a la tentación del ardor guerrero, habría que ejercitar la autoridad –que es ejercicio de gran responsabilidad– sin perder la perspectiva evangélica, saber dialogar con los colaboradores y fieles y reprimir el ansia de señalar la puerta de salida de la habitación al menor síntoma de asfixia de quienes están dentro. Y perdonen la injusta generalización.
En el nº 2.721 de Vida Nueva.