Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Un proyecto tras otro y mucho más


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El inicio de curso tiene mucho de “proyecto” (y muchos proyectos). Son esas reuniones en las que, una y otra vez, intentamos definir hacia dónde queremos avanzar (y lo intentaremos). No es solo una descripción del porvenir, sino un compromiso. Por eso se concretan qué pasos imaginamos que hay que dar, qué cosas hay que hacer y se reparten responsabilidades con las cartas sobre la mesa. Supongo que más de uno se ha visto ya en dos, tres, diez o veinte de estos momentos. No siempre, por ser claros, coherentes entre sí. Un proyecto tira por aquí, otro por allá. Dios sabrá en qué pueda terminar todo esto.



La palabra “proiectus” tiene, como curiosidad, que es una especie de desgarro del “suiectus”, es decir, de quien lo sujeta y sostiene, y saca de sí aquello que quiere “objetivar” para ver más claro. Sale de donde sale, de la vida o del corazón. No de “la realidad” (sea lo que sea que queramos decir con ello), como si fuera acompañar simplemente el devenir de los tiempos con sus rutinas y sus tendencias históricas, sino de las personas (de su inteligencia). Esta es nuestra forma de vivir naturalmente en el tiempo. Y tiene algo de doloroso, por responsable. No es mera exigencia, sino toma de conciencia de sí mismo y de una realidad que, no sin riesgos, puede avanzar “sola” e incluso contra la propia humanidad. Proyectar sería entonces, en el mejor de los casos, humanizar el futuro. Aunque es de sobra conocido que muchos proyectos no se hacen así, con ese interés, sino con otros.

Objetivos concretos y realizables

En definitiva, que todo termina y empieza en situar responsables, como un estratega pretende defender su posición o atacar la ajena, y saber en qué dirección mira cada cual, no sea que nos llevemos una sorpresa cuando los ejércitos comiencen a avanzar y salgan cada uno por su lado. Al terminar este tiempo, si acaso, repasaremos qué ha ocurrido y “mediremos” eso o aquello. Y sabiéndolo, lo mejor son objetivos “concretos y realizables”, es decir, pequeños pasos.

 

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Si alguien pregunta entonces por qué damos pequeños pasos, diremos sinceramente que es humildad o realismo, pero callaremos que tenemos un ideal irrealizable, que lo nuestro es más bien tensionar la historia en alguna dirección más que dar pasitos, o dar pasitos, mejor dicho, tensionados hacia nuestro ideal. Y que, en lugar de proyectar y proyectar, pudimos hacer esfuerzo por mirar en la misma dirección y horizonte, es decir, a lo nuclear, a lo central, a lo fundamental. Pudimos parar, en algún momento, y revisar precisamente eso. No para hacer una evaluación de procesos y protocolos, sino para atender al corazón y la inteligencia, a las relaciones y sus intercambios. Pero no. Estas cosas no las diremos. Lo damos por supuesto. Damos por supuesto que miramos en la misma dirección y, no sin disimulo, trastocamos el horizonte que siempre nos es dado por el proyecto que somos capaces de crear nosotros mismos.

Dicho esto, voy con lo que toca. Porque es mi responsabilidad. No sea que alguien piense que pierdo el tiempo sin fructificar, como los lirios del campo. En cualquier caso, si alguien está dispuesto este año a juntarse sin más y dialogar, que cuente conmigo. Y también para todo lo demás en lo que pueda echar una mano.