Retórica sobre la retórica, congresos sobre el lenguaje y nuevos lenguajes para nuevas realidades, que, deslumbrantes, orillan la triste realidad de siempre, sin nombrarla si siquiera. Damos esquinazo a la fealdad, a lo lóbrego y luego nos conmueven hasta lo hondo las palabras del Papa denunciando el grave pecado de la trata, la explotación de seres humanos y recursos naturales, como hizo en Puerto Maldonado.
No necesitamos ir tan lejos si queremos indignarnos con la degradación a la que se somete a las personas. En apenas cinco años, España ha rescatado de la explotación sexual a más de 5.000 mujeres, muchas de ellas menores, la mayoría arrancada de sus países a base de mentiras. Otras 23.000 están en riesgo de esclavitud sexual, según datos del Ministerio del Interior. Y nos hemos convertido en el tercer país –por detrás de Tailandia y Puerto Rico–, según la ONU, en demanda de prostitución.
Ni siquiera se necesita elocuencia para oponerse a esto. Ni hacen falta estrategias pastorales, reuniones transversales ni cuadernillos para apuntar la cosecha de ideas con las que gritar que, aquí al lado, también se está abusando impunemente de seres humanos.
Tampoco vale apelar a la Justicia cuando vemos, como acaba de pasar en Galicia, que polémicas instrucciones judiciales llevan al archivo a casos de explotación y violación de menores, donde, además, la guardia civil miraba para otro lado cubata en mano. Dudo que la Virgen, tan condecorada, estuviese contenta con esto.
No consuela que la mitad de la red contra la trata que tiene pensando recurrir el archivo de esta causa esté formada por asociaciones eclesiales. Las víctimas tienen nombres que han de ser dichos y rostros que han de ser mirados. Sin embargo, reciben nuestro desprecio por una vida que no eligieron.
Sobra mal a nuestro lado para tanto silencio. Sería injusto decir que es un silencio cómplice, pero desde luego no es evangélico. Algunos barruntan qué nuevos lenguajes proféticos se necesitan para este tiempo de crisis, sin darse cuenta de que nada es tan efectivo como la palabra dicha ni nada tan acusador como la que se racanea. Hay pueblos con más puticlubes parpadeando día y noche que iglesias. Y dentro, no todo es luz.