Un tiempo para despedirse


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Las despedidas en la vida requieren un tiempo: despedirse de las instituciones, de los trabajos, de los amigos. También de la persona que muere, siendo esa despedida definitiva. Lo dice la Biblia en los bellos versos del libro de la Sabiduría… Hay un tiempo para cada cosa; lo hay para el encuentro y para la despedida.



Ojalá sepamos aprovechar la época del adiós para hacer la paz con la persona que se marcha, enmendar errores pasados, corregir desencuentros. Agradecer lo bueno que se ha vivido en común, perdonar los errores, reconocer las equivocaciones cometidas.

Expresarse con obras

Si todo ello no puede verbalizarse, quizás pueda expresarse con obras: acompañar, tomar una mano, colaborar en los cuidados. Todo ello puede ser una expresión de cariño que va más allá de las palabras, porque “el amor ha de ponerse más en las obras que en las palabras”, en certera formulación ignaciana.

Después de la muerte, nos quedamos con los recuerdos y viene el momento penoso de organizar las cosas que la persona deja tras de sí: zapatos, ropas, libros, documentos y papeles, objetos queridos. Quizás puedan utilizarse para ayudar a otro;, sirvieron a la persona que marchó y puede buscárseles una segunda oportunidad.

Médico general

Todo son recuerdos

No es fácil ni grato desmantelar una habitación donde se ha cuidado, se ha sufrido, se ha llorado. Todo son recuerdos, sensaciones vividas, ausencia. En el resto de la casa, cada cajón que se abre, estantería que se recorre, nos habla de otras épocas, otros tiempos más jóvenes, más venturosos, llenos de actividades, esperanzas, ilusiones.

Sin embargo, el tiempo juega a nuestro favor: nos permite elaborar el duelo. Ordenar lo que quedó es el servicio postrero que prestamos a la persona, pues honramos su memoria buscando acomodo y utilidad a los que dejó en esta vida.

Un duelo sanador

Ojalá el duelo pueda ser sano y sanador, acomode los recuerdos y la pérdida, aceptemos con paciencia que la despedida es un camino a recorrer de forma gradual, un proceso que de hecho se inició en el momento del diagnóstico de una enfermedad incurable, irreversible y progresiva. De hecho, la muerte súbita, sobre todo si es trágica, es mucho más difícil de elaborar y predispone en mayor medida a un posible trastorno.

En este proceso, podemos encomendarnos a la misericordia de un Dios que creemos y queremos amoroso, que nos espera al otro lado y que no permitió que la muerte tuviese la última palabra: como cristianos, no creemos en la muerte sin resurrección, aunque ignoremos en qué pueda consistir. Confiamos en que la muerte será el momento de abrazar al resucitado. Creemos que la muerte, en realidad, es un amanecer, tal como explicó Elisabeth Kübler-Ross.

Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos, por quienes han sufrido pérdidas, por nuestro país y por nuestro mundo.