“Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol”, así comienza el capítulo 3 del Eclesiastés; y luego va enumerando: “un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; un tiempo para matar y un tiempo para curar, un tiempo para demoler y un tiempo para edificar … un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas”.
Quizás esta época agitada y revuelta en la que la tentación de arrojar piedras agita muchos corazones sea, precisamente por ese motivo, un tiempo especial para que -los que queremos seguir los pasos del Maestro de Galilea- nos destaquemos en medio de la borrasca por ser aquellos que en lugar de arrojar piedras las recogen. Los cristianos deberíamos estar acostumbrados a ir contra la corriente, esa es una de las cosas que nos enseña Jesús en casi cada página de los Evangelios.
Gobiernos de grandes naciones tambalean, el Amazonas se incendia, los océanos agitan montañas de plástico, multitudes emigran huyendo del hambre y las guerras … la lista de desasosiegos puede ser muy larga y la tentación de arrojar piedras puede ser muy fuerte. El individualismo desenfrenado que, hasta hace poco nos empujaba a unos contra otros incitándonos a ocupar los primeros lugares en la sociedad, ahora nos urge a ocupar los primeros lugares en los botes salvavidas.
El cristiano que confía
“No teman, soy yo” dice el Maestro mientras camina sobre el agua embravecida. El cristiano no es el que más se asusta, el que más se indigna, el que más protesta; es el que más confía. Por eso cuando todos arrojan piedras el discípulo de Jesús es el que las recoge. Pueden ser las piedras que vuelan en las manifestaciones callejeras o esas piedras que se arrojan en las redes sociales; pueden ser las que salen como proyectiles de las bocas de esos dirigentes que deberían pensar en el bien de todos y no en el suyo; o ser esas piedras que se disparan insensatamente sobre millones desde los medios de comunicación; pueden ser muchas las piedras. Alguien tiene que recogerlas.
Cuando llevando piedras en sus manos algunos violentos pusieron frente al Señor a la mujer sorprendida en adulterio, Jesús invitó a quien estuviera libre de pecado a que arrojara la primera. Después de que se fueron dijo: “Yo, (que sí estoy libre de pecado, podemos interpretar) tampoco te condeno”. Los discípulos del Maestro tenemos que saber que no es tiempo de buscar culpables ni de arrojar piedras, es tiempo de recogerlas.