Los delegados de Pastoral de la Salud en España han celebrado unas jornadas para reflexionar sobre el abrupto descubrimiento de un déficit de salud mental y sinsentido que llevaba tiempo larvándose y que ha emergido después de la pandemia como una grave crisis. Los datos son estremecedores.
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Según la agencia IPSOS –que elabora un índice global de felicidad–, entre los residentes en España en 2023, hay un 29% insatisfecho con su vida religiosa o espiritual, un 28% dice que no tiene suficiente control sobre su vida, el 27% no siente que su vida tenga suficiente sentido, un 20% no se siente apreciado por los demás y el 18% no se siente amado. Una encuesta elaborada por la Confederación de Salud Mental España, concluye que el 2,2% afirma que su estado de salud mental es muy malo, el 7,8% lo califica como malo y el 29,3% dice que está regular.
En total, hay un 39,3% de la población que reconoce que su salud mental no es buena. Entre los jóvenes se agudiza: el 26,4% considera que es mala o muy mala. Otros indicadores son muy preocupantes: el 14,6% de españoles dice que en algún momento de su vida ha sufrido ideaciones o intentos de suicidio y el 9% se ha autolesionado. Entre los jóvenes de 18 a 24 años, el intento o ideación de suicidio se eleva al 31,8% y las autolesiones al 30,7%.
Personas sostenibles
Por debajo de controversias ideológicas y polarizaciones, hay un problema escalofriantemente más hondo. La mayor parte del problema necesita reforzamiento del sentido y propósito de la vida, una conversión a fondo para ayudar a que cada persona sea sostenible. Las parroquias deberían ofrecer espacios para responder a esta profunda crisis, generar procesos y grupos de reflexión y fortalecimiento personal, anclados en lo esencial.