Al poco tiempo de llegar a mi nuevo hospital (muy posiblemente, el último destino antes de la jubilación), asisto en el salón de actos a la despedida de un colega de otro servicio. Tras 42 años en la profesión, cierra una etapa y comienza otra.
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Nos explica los principales avances que ha visto en su especialidad desde que acabó el periodo de formación, lo que los médicos llamamos la residencia, a finales de los años 70. Cuenta cómo tuvo que marchar a un hospital de Andalucía al no encontrar trabajo aquí; fue para unos meses y se quedó casi diez años. Todo era manual, pues la automatización llegó en las décadas siguientes. Utilizaban contadores de células sanguíneas, en un proceso largo y complejo. Con un cronómetro medían el tiempo que tardaba en formarse el coágulo sanguíneo. Ambos procesos los hace hoy una máquina.
Inicios muy duros
Como especialista en hematología, atendía a los pacientes hemofílicos, deficitarios en una sustancia encargada de la coagulación de la sangre, que sufren graves hemorragias con pequeños golpes. Al necesitar transfusiones, cuando llegó el sida, la mayoría se contagió de forma masiva y murió de la enfermedad. Su inicio en la especialidad fue muy duro por ese motivo.
Tampoco los medios terapéuticos eran los de ahora en el tratamiento de ese grave cáncer de las células blancas que es la leucemia, ni en ese otro de las células plasmáticas que es el mieloma. La supervivencia era escasa, en muchos casos inferior a los dos años desde el momento del diagnóstico. Las quimioterapias, agresivas y mal toleradas.
Más esperanza de vida
Conforme fueron pasando los años, gracias a los avances y descubrimientos de algunos científicos que merecieron por ello el Nobel de Medicina, los medios diagnósticos y los tratamientos mejoraron en todos los campos de su especialidad. Los trasplantes de células sanguíneas se extendieron, los anticuerpos monoclonales se sumaron al arsenal terapéutico; luego vinieron las células manipuladas, diseñadas en laboratorio para combatir a las células malignas y no dañar a las sanas. La supervivencia de los pacientes se midió ya en décadas; algunas enfermedades que eran mortales dejaron de serlo. Incluso la esperanza de vida en pacientes con algunos tipos de leucemia ha llegado a ser similar a la población general.
Como médico clínico, trasladó todos estos avances a sus pacientes, con los que convivió durante años. Intentó que los médicos en formación a su cargo y los estudiantes de medicina a los que enseñaba aprendiesen los vericuetos y sutilezas de la profesión, del diagnóstico y el tratamiento. Pero, tan importante como la solvencia científica, era la humana: que no olvidasen nunca la necesidad de mostrarse cercanos, de mirar a los pacientes a la cara con empatía y comprensión.
Caminar conjunto
Este compañero de profesión ha compartido con nosotros fotografías de sus diversas épocas, de las personas con las que ha colaborado y en las que se ha apoyado, pertenecientes a todos los estamentos del hospital, a lo largo de las diversas épocas (42 años de ejercicio de la medicina dan para mucho): colegas, enfermeras, personal auxiliar, señoras de la limpieza. Él sabe que, sin todas ellas, sus logros profesionales no hubiesen sido posibles. La hematología ha recorrido un largo camino en estas cuatro décadas. El Dr. Luis Palomera ha sido a la vez protagonista y testigo.
Su larga vida profesional tampoco hubiese sido posible sin su familia: su esposa, sus hijos, los nietos que ahora le esperan y cuyo cuidado quizás supla en cierta forma todo el tiempo que dedicaba a sus pacientes. Todo esto ha compartido este hematólogo con nosotros, apreciado y reconocido con un largo aplauso. Le deseo lo mejor en esta nueva etapa de su vida; ojalá tan densa y productiva como la anterior.
Recen por los pacientes y por quienes les cuidamos.