Aceptar el mensaje de amor del Hijo de Dios siempre traerá grandes riesgos, retos y momentos de duda, incluso hasta de desesperación. Entraremos a terrenos donde la razón y la sabiduría se verán debilitadas por el miedo y es que la fe nos lleva a vivir en la más profunda libertad y eso, en ocasiones, llega a paralizar hasta al más fuerte.
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Hemos nacido libres y cuando descubrimos que Jesús es libertad, es nuestro libertador y nos invita a descubrirnos así: libres y sin miedo. Lo más difícil es liberarnos de la esclavitud interna, esa que cada uno tenemos y que en muchas ocasiones nos conviene por comodidad.
Aprender a callar para no perder nuestra posición social, evitar el conflicto para no entrar en discusiones y omitir aquello que vemos y que se debería denunciar. Hay muchos creyentes con miedo, justificando sus cobardías.
La fe es un riesgo y quien no la acepta como tal, duda de que pudiera ser posible. Una fe madura nos debe llevar a creer en el Espíritu que renueva todo, a esa libertad de acción donde se entiende la máxima de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”, es la propia libertad aunada a la responsabilidad, es confianza plena en vivir el riesgo de la fe.
La oportunidad de servir
La fe requiere tomar riesgos, ayudar a los demás, dice el papa Francisco “mirar la realidad a la cara y evitar el contagio de la indiferencia”. Si nuestra fe no tiene riesgos de poco serviría, debemos confiar y entender la realidad como una oportunidad, la manera concreta de experimentar una fe viva es por medio de la ayuda a los demás, de involucrarnos con el prójimo y darnos.
Los buenos servidores son los que se arriesgan, no tienen miedo, ni son excesivamente cautelosos. Debemos dejar que nuestros planes se vean trazados por la oportunidad de servir, de forma circunstancial, de manera espontánea, porque así es el servicio, sin tanta reflexión y con manos dispuestas.
Jesús nos expresó el servicio de una manera concreta, sin ninguna pretensión, solo con la decisión de hacerlo. Arriesgar nuestra comodidad, alejarnos de nuestras falsas seguridades, dejar de pensar en nosotros y por fe entender que arriesgar también es amar.
Comprometidos y valientes
Sin riesgo nuestra fe carece de sentido y de novedad. Nada hay más triste y que invalide nuestra fe que la indiferencia por los demás. Hay mucha necesidad en el mundo, hace falta el compromiso de cada uno de nosotros y que en algunas ocasiones nos conformamos con una fe inmóvil, por miedo a arriesgarnos.
Comprometidos, valientes y a veces hasta exponernos para lograr la petición que nos dejó el Hijo de Dios: Proclamar la palabra en todo momento, especialmente con obras.
“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” Santiago 2,14
Una vez más cito al papa Francisco: La fe sin obras no sirve, también los demonios saben el Credo. “El mundo está lleno de cristianos que recitan mucho las palabras del Credo y las ponen muy poco en práctica, o de eruditos que encasillan la teología en una serie de posibilidades, sin que esta sabiduría después se refleje concretamente en la vida”.