Entre las muchas amistades que conservo con personas musulmanas, me precio particularmente de la que mantengo con un antropólogo musulmán. En 2001, él fue designado por las Naciones Unidas como una de las doce personalidades mundiales que contribuyeron al diálogo de civilizaciones. Mi amigo es, además, organizador del Festival de la Cultura Sufí, que se realiza cada año en la ciudad de Fez.
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Somos prácticamente de la misma edad y hemos podido compartir momentos y encuentros culturales en diversos lugares desde que soy obispo en Rabat.
En uno de los viajes que hicimos juntos, con mucho tiempo a disposición para conversar, me interesé por su familia. Concretamente, le pregunté cómo fue que se casó con la que es su esposa, una francesa cristiana. Le dejo la palabra a él mismo, para que nos cuente lo que me contó.
“Nos conocimos en el ferry que hace la travesía de Algeciras a Tánger. Yo volvía de vacaciones después de un año de estudios universitarios en París. Ella era turista. En el barco, debido a las muchas personas analfabetas que en ese entonces había en Marruecos (eran los años 60), se instalaba siempre un “escribiente” que, por un módico precio, rellenaba la ficha de entrada en el país, un impreso obligatorio en aquel tiempo… y que se ha suprimido hace solo un par de años.
La chica turista me vio en la cola del escribiente, esperando mi turno para hacerme rellenar la ficha; pero se fijó también en que, bajo el brazo, yo llevaba un libro sobre el existencialismo, cuyo autor era Sartre. Se dirigió a mí y me dijo:
–¡No me dirás que, leyendo, como parece que lees, este libro, necesitas que alguien te rellene la ficha!
–No, le contesté yo; puedo hacerlo yo mismo, pero este señor escribiente también necesita ganar algo para vivir él y su familia.
Un fruto duradero
Y, a partir de este encuentro, empezó todo. A ella le impresionó ese sencillo gesto mío de solidaridad con un trabajador simple y servicial. La relación continuó durante el viaje… y después del viaje. Y ahora llevamos más de 40 años juntos, ella cristiana y yo musulmán sufí”.
Un hecho anecdótico que dio un fruto duradero, permanente, como es una hermosa familia donde la fe en un Dios único y misericordioso se comparte y se vive, pero en formas diferentes.
¿No podríamos extrapolar esta hermosa historia feliz, para pasar de la anécdota a la categoría?