Una Iglesia en modo avión


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Justicia y Paz acaba de celebrar en Palencia un encuentro con motivo de su 50º aniversario. Mirando aquella realidad rural, su presidente me dice que la Iglesia podría ceder tierras y casas rectorales en desuso para los colectivos más desfavorecidos y, así, de paso poner los cimientos para un modelo de desarrollo integral, que es lo que pide la doctrina social. ¿Un iluso? Tal vez.

El Papa ha pedido algo parecido con los conventos y pocos le han hecho caso. Es cierto que la tarea no es fácil, que acondicionar cuesta dinero, pero pensar los modos para acometer estas utopías es también cansado y lo urgente ya lo hemos hecho, que es inmatricular los terrenos, no vaya a ser.

“¿Dónde está nuestra gente creativa?”, les dijo Francisco a los jesuitas de Chile y Perú. Buena pregunta. “Creatividad pastoral”, demandó Blázquez en la Plenaria ante las urgencias que llevan tres décadas llamando a la puerta. La Iglesia necesita volver a la acción, que no tiene nada que ver con salir de ‘manifa’, y sí con desconectar el modo avión en el que viene funcionando para evitar interferencias en el piloto automático, para que nada la disturbe de la rutina, para que no la molesten con avisos, alarmas o actualizaciones de lo que puede estar necesitada o para evitar que se la localice cuando sean otros los que la necesiten.

Poco debería la Iglesia temer accidentarse y equivocarse con propuestas de sentido en un momento en que el desánimo y la desconfianza social son tan grandes que ya solo parecen tener fuerzas los que fueron jóvenes en el 68. La crisis descapitalizó empresas, pero antes le había hecho un roto a la conciencia colectiva, entrando a saco en el tejido moral, precarizando incluso la ética de la instituciones –sí, la universidad también, ¡ay!– y emponzoñando las reservas de consenso que aún fijaban la cohesión. ¿Miedo a qué? ¿O es que no hay nada que ofrecer?

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