Una inusitada efervescencia a causa de la pandemia


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Es de noche, domingo. Mientras escribo, llueve como si se regenerase la ciudad vaciada a causa de la pandemia. Hoy ha sido el primer día donde todas las iglesias de nuestra diócesis (como de tantas otras) no se han abierto, a pesar de ser domingo. Me atrevería a decir que la unanimidad de las personas creyentes lo han entendido responsablemente. Quizás, alguna, que han hecho de su fe una costumbre atávica, no tanto.



Algunos sacerdotes se han puesto muy nerviosos y nos han llenado los medios habituales, con los que nos solemos comunicar, de oraciones, llamadas a rezar, la posibilidad de seguir la Misa por streaming, es decir en directo vía web, nos han enviado link, o sea un enlace o conexión, para poder ver el Santísimo expuesto… y algún otro ha salido a dar un paseo por las calles con la custodia como si se tratara del Corpus Christi (y me pregunto con qué permiso, porque para muchas cosas somos muy estrictos y para otras no tanto).

Todo este bombardeo me suscita muchas preguntas, ¿no parece que tratamos a las personas creyentes como que no supieran rezar y deben de depender del clero para hacerlo? ¿Qué hemos hecho hasta ahora, tenerlos de espectadores? ¿Nos os parece que tanta Misa por las pantallas mantiene a las personas en la pasividad de mirar en inconsciencia? ¿O es que queremos “justificar” nuestro sacerdocio? ¿Es que los servicios religiosos de las televisiones y las radios no son suficientes? Hasta ahora sí lo han sido. ¿Qué es más importante, un rato de oración o de lectio divina con la Palabra, o rezar cualquier oración aprendida, o mirar una misa por una pantalla?

Leer la Palabra

Me han llegado ejemplos de jóvenes que en el piso de estudiantes se han reunido para leer la Palabra y orar por las necesidades más urgentes. Sé de familias con niños que han colocado sobre un mantel blanco, una vela y una Biblia abierta y han rezado juntos, escuchando la Palabra de Dios. Alguna persona se ha encerrado en su habitación y leyendo “el evangelio de cada día” ha guardado un silencio reparador. Una joven me dijo que entró en internet y buscó “lecturas de hoy” y rezó con ellas y con la reflexión que traían. Alguna familia anciana, a la hora de la misa del pueblo se han puesto a rezar el rosario por todos los que sufren y nos ayudan. Otras como de costumbre se han puesto a seguir la misa por televisión. Una mujer me decía: busqué el silencio y me uní a aquellos que en algún lugar del mundo estaban en comunidad celebrando la Eucaristía. No necesitaron retransmisiones. Además, sabemos que una pantalla nunca te ayudará a recogerte, ¡y es tan necesario! Todos los creyentes son personas adultas, y se saben sacar las castañas del fuego, aunque muchas veces no los tratemos así. La persona que cree reza y sabe hacerlo.

Este tiempo de gracia, también sirve para que nosotros los presbíteros y diáconos paremos un poco, reflexionemos y reconstruyamos nuestra vida pastoral, oremos más intensamente, pongamos lentitud entre tanto activismo, leamos aquel libro que dejamos a medio empezar en el estante de nuestra librería, celebremos la Eucaristía en pacífica y desierta soledad, reflexionemos y sanemos las heridas que vamos dejando abiertas, en definitiva, busquemos lo esencial de nuestro ministerio en este momento.

Parece que algunos tenemos miedo al vacío, si no se nos ve o se nos escucha, y olvidamos que una de nuestras tareas es la oración por los demás, o vicaria. Tendremos que medir cuánto hay en todo este despliegue mediático de un afán insuperable de protagonismo. La Santa Misa es muy grande para ser vivida en comunidad, las emitidas solo son para las personas enfermas e impedidas. Dejemos de bombardear a las buenas personas con todo tipo de reflexiones, estampas, videos y oraciones, que parecemos más a comerciales de lo religioso, que a personas de Dios.

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En esto también somos consumistas, eso que tanto criticamos, y además favorecemos. Todo este despliegue pienso que responde a este tipo de pastoral, poco pensada a la luz del Evangelio. ¡Hay tantas mujeres y hombres creyentes en el mundo, que celebran la Eucaristía de ciento en viento cuando pasa el misionero (a veces meses) y viven su fe con gran integridad! Pero nosotros somos de los ricos, también consumistas de lo religioso, con derecho a que no nos falte la Misa, aunque sea televisada, y en realidad tenga el mismo valor que rezar ante una estampa.

Ayunemos también de sonidos e imágenes en esta cuaresma tan real y de desierto. Miremos nuestro interior y hagamos silencio es donde nos habla Dios. Vivamos la intensidad de la pobreza, como ellos, porque al final tanto aluvión de mensajes es como la lluvia que cae que ni empapa la tierra ni da frutos. ¡Ánimo y adelante!