Hay un curioso refrán mexicano que dice: “Chango viejo no aprende maroma nueva”. Esto habla de la resistencia a cambiar las rutinas y las conductas ya establecidas en los adultos. Tiene trasfondo en la importancia del aprendizaje durante la adolescencia y juventud, al tiempo que refleja la dificultad para cambiar paradigmas personales. En esta ocasión, voy a abordar el tema desde la perspectiva de una experiencia muy personal que a continuación te comparto.
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Mi padre tuvo que renunciar de joven a concluir sus estudios profesionales, para buscar trabajo y poder llevar el sustento a la familia recién creada con mi madre, en donde muy pronto yo aparecí en escena. Para conseguir un puesto fijo en una importante empresa mexicana, se resolvió a estudiar una carrera técnica, lo cual le permitió laborar en esa empresa durante más de veinte años. Cuando estaba cumpliendo sus 50 años de edad, decidió dar un giro a su vida y estudiar una carrera profesional que le llamaba la atención. Para ello aprovechaba las vacaciones en su trabajo y todos los espacios que los fines de semana le permitían, y después de cinco años pudo obtener su título de licenciatura. Pero su intención no era limitarse a ello, y se determinó a estudiar una maestría, la cual concluyó en tres años, para posteriormente completar sus estudios de doctorado. Al cumplir sus 60 años, mi padre estaba realizando uno de sus grandes sueños y ejerciendo su experiencia en el área que más le agrada.
Bajo estas circunstancias que he atestiguado personalmente, comprenderán que no puedo considerar completamente válido el refrán con el que iniciamos esta reflexión. Considero que a cualquier edad se puede aprender cualquier cosa. Ciertamente que con la edad cambiará el ritmo de aprendizaje y hasta la forma en que aprendemos; sin embargo, también observo que el grado de motivación que podemos tener los adultos, es suficientemente fuerte para empujarnos a la adquisición de nuevas habilidades y la actualización de nuestros conocimientos.
En Amoris Laetitia 57, el papa Francisco nos invita a “liberar en nosotros las energías de la esperanza traduciéndolas en sueños proféticos, acciones transformadoras e imaginación de la caridad”. Entonces debemos entender que nuestra edad no es una limitante para imaginar ni para soñar y menos para realizar acciones transformadoras.
Quizá la primera acción transformadora que debamos llevar a cabo tendrá que ser en nuestro interior, utilizando la esperanza en la construcción de nuestra imagen hacia el futuro. En México decimos coloquialmente “se vale soñar”, es decir, se vale anhelar nuevas experiencias y nuevos alcances personales rompiendo los límites de nuestra comodidad o de las barreras personales que hemos ido creando con el tiempo. Y claro está, tan importantes como soñar, serán la voluntad y la imaginación requeridas para cristalizar nuestras metas.
Sin duda alguna, Dios te ha dotado con numerosos talentos y de la capacidad de lograr muchos más (Mt 25, 14-30). Te invito a que en este nuevo año sueñes en grande y consideres desplegar al máximo todos los talentos con que Dios te ha bendecido, ya sea aprendiendo un nuevo idioma, aprendiendo a utilizar nuevas tecnologías, o bien, obteniendo nuevas habilidades como coordinación de equipos de trabajo, planeación de proyectos pastorales, o hablar en público. Ni el sexo ni la edad son limitantes para mejorar tus capacidades, todo depende de la fortaleza de tus motivaciones. En la medida de tu compromiso, siempre hay la oportunidad de aprender una maroma nueva.