Para empezar, voy a quemar las naves en mi contra. Yo no creo en la santa ira, ni en las medias verdades, ni en la envidia sana, ni en las mentiras piadosas… es como echar suavizante en la ropa sucia. Lo que es ira, mentira, o envidia, es eso y no otra cosa, pues si no, lo llamaríamos de otra manera: encanto, atracción, ardor, arrojo, disimulo, argucia… qué se yo.
Después de la fiesta de san Valentín, Teruel y los turolenses se transforman para revivir el amor y la trágica muerte de sus amantes: Isabel de Segura y Diego de Marcilla, que allá por el año 1217 sellaron un compromiso de amor que no se cumplió y acabó en una trágica muerte, la de ambos. Los habitantes de la ciudad han pasado el relato de este amor imposible, de boca en boca, hasta nuestros días.
La música, la escultura, la danza, la poesía, la ópera, la pintura, el cine… (no sé si olvido algún arte) se han hecho eco de esta historia, sobre todo en el romanticismo, pues le venia el tema como anillo al dedo: amor eterno y muerte trágica, blanco y en botella.
Amantes y san Valentín van muy unidos, sobre todo hoy comercialmente. La historia de este santo es también trágica, ya que es un mártir, obispo de Terni (Italia). Estamos en la época del emperador Claudio II (no el tartamudo, que conocemos por la serie ‘Yo Claudio’). Del quien estoy hablando es del siglo tercero. Este emperador, según he leído, prohibió el matrimonio a sus soldados, pues eran más intrépidos y arrojados los que no tenían nada que perder. Si tienes mujer e hijos ya era otra cosa en el campo de batalla.
Es entonces cuando aparece Valentín, que se dedicó a casar a los soldados en secreto. Después hay un montón de leyendas y curaciones, fruto de la piedad popular, incluso se cree que tuvo amistad con el emperador, aunque no sé cómo sería el cariño que se tenían, pues acabó condenándole a muerte por lapidación y, para más seguridad, después fue decapitado. Hablamos del 14 de febrero del año 269.
Fue sobre el principio del siglo VI cuando el Papa Gelasio decidió honrar su muerte, sobre todo para erradicar las fiestas paganas de la fertilidad, en honor al dios Lupercus, que se celebraban el 15 de febrero. En el año 1969 la Iglesia revisa las historias de los santos, sobre todo en los que existían serias dudas de su existencia, y elimina esta fiesta. Excepto los comercios que, desde entonces, la glorifican a bombo y platillo.
Pues en Teruel, los Amantes se celebran con toda la devoción y piedad. Y lo digo no con envidia sana, sino con envidia de la de verdad. En la procesión fúnebre de los amantes (hacia su resurrección sellada con un beso público) he visto más recogimiento y silencio que en las procesiones del jueves y viernes santo. He visto cómo personas de mediana edad se emocionaban al paso del cortejo, o cómo les tiraban pétalos de rosas, aparentemente con más fervor que los niños de primera comunión en la procesión del Corpus.
Todo este espectáculo, tan bien traído de los Amantes, ¡y que tanto admiro! evitemos la envidia sana, me ha generado muchas preguntas: algunas de ellas sobre la psicología del sentimiento y las emociones y otras de carácter religioso y cultual. Y sobre todo esta: ¿Qué tendremos que hacer para que nuestras expresiones públicas de fe no rayen la definición de una mentira piadosa? ¡Ánimo y adelante!