Nos hemos conmovido con las pérdidas de vidas humanas y materiales que el huracán Dorian causó en Bahamas tras su impacto en días pasados, en una región en la que se hace frecuente recibir imágenes paradisiacas. Los retratos captados por los medios son contrastantes, dejan ver la devastación y el sufrimiento de quienes lo han perdido todo. La cifra de fallecidos todavía no ha sido cerrada pero las autoridades advierten que podría ser estremecedora.
Se dice que Bahamas no solamente enfrenta una emergencia, sino una crisis humanitaria. La emergencia se presenta cuando las capacidades de atender un fenómeno han sido rebasadas y nos pone ante la necesidad acuciante de salvar vidas en peligro. Por su parte, una crisis humanitaria se refiere a circunstancias en las que los efectos tras la emergencia siguen representando una amenaza para la vida, la salud, el bienestar o la seguridad de una comunidad o territorio, sin que sea posible a nivel local el manejar esa amenaza o mitigar el riesgo.
Justamente cuando ocurren las emergencias y crisis humanitarias, no cabe duda de que se necesita ayuda y se hace patente nuestra solidaridad. Debe empezar reconociéndose a los héroes anónimos, a aquellas personas que ‘in situ’ (en el lugar de la emergencia) están dispuestas a realizar actos humanitarios para proteger la vida y dignidad de quien está en peligro, incluso corriendo riesgos personales. Luego están las respuesta más visibles, como en el caso de la actual situación en Bahamas, miles de personas, instituciones y gobierno han empezado a enviar su ayuda. Las Naciones Unidas asignó 1 millón de dólares para las actividades de búsqueda y rescate inmediatas. La solidaridad ante la emergencia es algo que siempre nos ha conmovido, principalmente a quienes han sido vulnerables a ser afectados por fenómenos de una índole similar.
Las raíces de estas crisis humanitarias
El temor en Bahamas por convertirse en una crisis humanitaria y lo que estamos viviendo en muchos puntos del planeta, tiene una tendencia. De acuerdo con la Oficina de Naciones Unidas para los Asuntos Humanitarios (OCHA por sus siglas en inglés), reporta que, en los últimos 10 años, de 2005 a 2017 el número de crisis que han necesitado ayuda internacional, así como su duración se han incrementado, pasando de 16 a 30 en 2017. Hay crisis humanitarias como la de Haití tras el terremoto que se complejizaron. En la última década 95.5 millones de personas han sido afectadas por los desastres naturales pertenecientes a 123 países. Las consecuencias de estos fenómenos duran años, uno de los menos visibles es el desplazamiento y la migración desde los lugares afectados a centros urbanos u otras ciudades. Las raíces de estas crisis humanitarias tienen que ver con los resultados del cambio climático, con los altos niveles de violencia por conflictos armados en los territorios y con el crecimiento no sostenible de las ciudades.
Es poco reconocido que la Iglesia y su red de organizaciones tienen un peso considerable como red humanitaria. Desde Caritas Internacionalis hasta los albergues de religiosas y religiosos, junto con las organizaciones de base y el mismo Pontífice han puesto en marcha la doctrina social y la caridad de forma pública y anónima, en los rincones menos pensados del planeta. No debe sorprendernos que el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral convocó en septiembre de 2018 a una Reunión sobre la crisis humanitaria en Siria e Iraq; en julio de este año, el papa Francisco convocó a una cumbre por la situación en Ucrania en cuanto a la situación ecológica y acceso al agua potable. En Venezuela misma, la presencia y el involucramiento de la Iglesia es clamada por un sector de los venezolanos que desean sobrellevar la crisis humanitaria que vive el país.
Las constantes crisis humanitarias dejan ver que el legado humanitario de la Iglesia siempre ha estado presente, en acompañamiento a las poblaciones más vulnerables y afectadas para restituir su dignidad, así como desarrollar capacidades de resiliencia y construir cohesión social tras la emergencia. Aún así, nuestra voz y experiencia necesita seguirse escuchando, justo ahora que el consenso de las organizaciones humanitarias es que las soluciones tienen que ser duraderas.