Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Una mirada adecuada y una mirada esencial


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Voy directo al tema para no gastar el tiempo de nadie. Todo conocimiento es una suerte de reducción de la realidad a partir de la cual nos hacemos cargo de lo que somos y de algo más de lo que somos. De ahí que en ciertos círculos se practique, como inicio de todo buen conocimiento, la reducción a la propia reducción, es decir, ajustarse a eso que se recibe y atender a lo que sucede en nuestra conciencia y que no es solo nuestra conciencia.



Darnos cuenta de lo anterior significa que siempre, por mucho que quisiéramos conocerlo todo, realmente estamos ante partes. Da igual la situación en la que se esté. La totalidad no es lo que recibimos de la realidad que se nos da. Lo cual vale igualmente tanto para una tiza como las que uso en clase como para cualquiera de los alumnos que tengo delante con los ojos abiertos o cerrados. No tengo acceso a la totalidad. Y quien, precisamente no se haya dado cuenta de esto, actuará totalitariamente, vivirá violentando todo.

A mis jóvenes alumnos lo anterior se lo presento a partir de la vivencia personal de eso que llamamos “etiquetar a alguien”. Que no es ni un prejuicio de nada, ni una clasificación de nadie. Lo que más duele de la etiqueta es la reducción que el otro hace de mí mismo considerando que soy todo y solo esa parte que él toma como todo. Aunque fuera verdad, seguiría siendo una reducción. Pero la etiqueta duele porque es una reducción que no actúa consciente de la reducción y se transmite provocando que nadie espere más, cerrando posibilidades, rompiendo todo sentido, toda grandeza y toda dignidad en la persona.

Mirada

A mis jóvenes alumnos les insisto, a propósito de esto y siempre que puedo, que cuando somos nosotros los que ponemos la etiqueta no duele de igual manera, pero es un mal que a más de uno le hace desesperar y sufrir sin que nos demos cuenta de lo que está en juego.

Amar al prójimo y a Dios

Pero bueno. Sigamos. Siendo una reducción, y sin detenerme demasiado en lo que ocurre cuando una persona vive con una razón limitada y cerrada a dos o tres categorías, se abren ahora dos posibilidades o deberíamos hacernos dos grandes preguntas. La primera, si nuestra descripción es adecuada. Es decir, si lo que decimos conocer realmente se corresponde, se correlaciona con la realidad que hemos vivido. No sea que, además de reducción, estemos viendo las cosas como no son o no teniendo en cuenta elementos fundamentales. Por ejemplo, que el profesor de Filosofía y Religión lleve pantalones vaqueros o no y qué pueda significar eso para ser profesor de Filosofía y Religión. Puede ser una descripción adecuada y no decir nada, o querer decir algo. Pero, por ahora, bastaría con saber y tomar conciencia de las propias descripciones de la realidad.

Lo siguiente sería si, entre aquello que hemos visto como adecuado, hay algo esencial en todo lo que hemos visto y conocido. Por ejemplo, volviendo al tema del pantalón, si el hecho de llevar pantalón vaquero dice algo realmente significativo e importante del profesor de Filosofía. Aquí es donde siempre insisto en lo siguiente. Como decía al principio, conocer todo es imposible, aunque se desee y quiera. Yo no puedo conocer todo de la persona que más quiero en el mundo, por mucho que la quiera. No hay totalidad accesible. Hay que romper con ella. Sin caer en el escepticismo o el cinismo más pobre, lo que sí que hay que defender es que haya acceso a lo esencial. Esto sí es clave. Conocer lo esencial es lo que me dirá en verdad qué hay de valioso y que le hace ser lo que es y como es. Algo que vale igualmente para un alumno, para mi familia y para una tiza. La búsqueda de saber es el saber sobre lo esencial, alcanzar la esencia.

Lo anterior, sobre la reducción, sobre lo adecuado y sobre lo esencial, me parece que son reflexiones importantísimas todavía hoy para situarse ante cualquier realidad, sea una persona que llega a mí, sea para hablar de Dios, de la religión y de la Iglesia. Y convendría, por eso lo he escrito, volver a plantearse seriamente si estamos hablando de lo esencial realmente o si estamos cayendo en tratar una y otra vez temas adecuados como esenciales y viceversa. Porque, en mi particular lectura de la realidad, esto está haciendo un daño terrible que está impidiendo mostrarse a la Iglesia con la riqueza de lo que es, al tesoro del Cristianismo en su absoluta densidad y esperanza, y al Amor al prójimo y a Dios como encarnados mutuamente en la vida del cristiano.