Una monja muy monja


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva


La primera vez que hablé con ella fue hace dos años. Entonces, su convento estaba a punto de cerrar cuatrocientos años después de su fundación. La pasión estaba intacta, incluso era más luminosa, pero las fuerzas menguaban por momentos. Las tres hermanas sumaban casi dos siglos y medio de existencia y los inviernos se iban haciendo ya demasiado duros y largos, siempre con la bufanda a cuestas por los gélidos pasillos.

“Mejor cerrar que llenar de cualquier manera”. No había nostalgia del pasado, sino tristeza por dejar un lugar que había querido irradiar amor, ser punto de encuentro y casa de acogida. “Nuestra contemplación no nos aleja del mundo, sino que nos lleva a él sin estar en él”. Paparruchas, piensan algunos, pero obras son amores y no dudaron en ponerlas al servicio del pueblo para que usasen bienes inmuebles que sacasen del hambre a familias vecinas.

El otro día volvimos a hablar. No, no habían cerrado. Al contrario, la comunidad había crecido y ahora tenían una reina. Abrieron la clausura para acoger a otra hermana, también muy mayor, a la deriva por la edad y las vicisitudes de tantas comunidades que no tienen quien cuide de ellas o que están cegadas por un ardor misionero que arrincona el desvalimiento y desprecia la sabiduría de los años.

Como el de estas monjas ancianas, quienes, sin pensárselo, acogieron a la recién llegada, a la que ahora cuidan por turnos, definitivamente encamada tras una rotura de cadera, y que, como confiesa mi interlocutora con su acento cantarín, “es la reina de la casa”. Me habla de ella y, de repente, me deja colgado al teléfono porque va atender al médico que viene a visitar a la “reina”, y pienso en esas palabras de Francisco, que dice que las consagradas son iconos de la maternidad de la Iglesia…

Le devuelvo la llamada dos días después y, a bocajarro, le pido permiso para contar nuestra conversación. Noto que se sofoca al otro lado. No, no diré nombres ni lugares. Pero tiene que dejarme contar que usted, que su comunidad, que se queda sin Vida Nueva porque las medicinas regias son prioritarias, es un verdadero pozo de vida nueva, de agua fresca “abierta al Espíritu y a la realidad humana”. Ah, y déjeme decir que “este Papa me encanta, y todavía tendría que hacer más cosas…”. Pues dicho queda. Gracias por esa vida siempre nueva.

En el nº 2.957 de Vida Nueva

 

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