Una monja y la hojarasca


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La llamé como todas las Navidades. Para recordarla y agradecerla. Abro comillas:

“¡Ay, Lorenzo! Me pillas de casualidad. He estado muy pachucha. Le vi la barbas al mismísimo san Pedro. Me dijo, pero chiquilla, qué haces aquí. Venga, baja un poco más, que aún no es tu hora y aquí estamos en la gloria. Y aquí me tienes por los pelos.

Ahora estoy en la cama. Me tienen que traer el móvil porque no me levanto y apenas te escucho. Me dice el médico que tengo que reposar, que ya son 86 años, y las hermanas me vigilan y no me dejan hablar mucho, que me fatigo y me cuesta respirar. ¿Qué dices? No te oigo, Habla más alto.

¿Qué te gustaron los polvorones? ¡Ay, si eran una cosita de ná, muy humilde!, ya sabes que no podemos hacer muchas cosas, pero ese dinero nos viene muy bien, que el convento es muy grande, hace mucho frío y está lleno de gastos! Oye, que la revista bien, eh, pero bueno, se puede mejorar, tenéis que luchar, ayudar a quitar la hojarasca, dejarse de pamplinas, tomar la Palabra, coger lo que dice el Vaticano II y ya veréis como esto cambia…

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No te oigo Lorenzo, pero mira, vosotros, desde ahí, tenéis que echar una mano, porque todo lo que se ha pegado a lo largo de los siglos, hay que despegarlo. Si Jesús volviera en estos momentos, nos llamaría hipócritas. Y hay que ayudar al papa Francisco, que lo tienen muy marginado allí en el Vaticano, rodeado de enemigos.

Y eso que no te creas que me ha gustado ‘Cor orans’, eh, que me parece de los años 40. Pero bueno, a mí no me da miedo tener que cerrar el convento si Dios no manda vocaciones. No se trata de eso, se trata de volver a la Palabra, de barrer la hojarasca. Y de ayudar al Papa, pero que no se duerma en los laureles, que el tiempo se nos escapa a todos, mírame a mí, bueno Lorenzo, me despido, ¿qué?, ¿sí? Puedes llamarme cuando quieras, a ver si aún sigo por aquí”.

Cierro comillas.