Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Una vida que afecta otras vidas


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Por mucho que trote el individualismo y el relativismo descanse apaciblemente en la opinión de tantas y tantas personas, su propuesta es imposible de realizar. No cabe vivir aisladamente la propia existencia. Incluso en el supuesto de que nos decidamos a encerrarnos en una habitación o escapar al desierto más lejano. Incluso en ese supuesto nuestra presencia ausente afectará decididamente la vida de otras personas. Comenzando siempre por los más cercanos, sin ser capaces de medir sus consecuencias.

Hablamos con frecuencia de cómo nos afectan los otros. Hasta tal punto que nos hacen agradecer, sintiendo con ellos una deuda impagable, o cuando tratamos de heridas y daños que desbordan la longitud de nuestra piel. Los otros, los más cercanos curan y sanan, agraden y violentan. El prójimo es inmanejable, es sorprendente. Y no cabe pasar a su lado sin sentir por un momento su presencia.

Imagen de archivo de católicos de Estados Unidos escuchando su himno/CNS

Pocas veces, sin embargo, reparamos en que, siendo esto así, el otro se ve igualmente afectado por mis palabras o silencios, acciones u omisiones. Cuando la vida con su contundencia enseña esto, un escalofrío recorre el ser incrustándose la responsabilidad en el alma. La vida del esposo y de la esposa se exigen mutuamente, no menos que la de los hijos. El compañero y el alumno quedan para siempre alterados en su curso al aparecer entre ellos. Siempre permanecerá en su historia lo que se dijo, lo que se vio, lo que se tocó en el alma ajena. También el otro, por tanto, agradece y sufre mi proximidad.

Pienso aquello, tan sabio, con lo que Levinas comienza ‘Totalidad e infinito’. Algo así como que dejar entrar algo de luz en uno mismo es descubrir el interrogante permanente por una vida que se puede plantear como una batalla campal sin final tomando por enemigo a cualquiera que se ponga delante. Ese rayo de luz que puede abrirse paso hasta lo hondo del ser es la prioridad del otro, que obliga a superar todo egoísmo. Esa tormenta arrolladora es el asombro reverente al reconocer que la vida es el otro, que la vida es para el otro. Y que quien no la entrega, la pierde.