¿Se puede ser fiel a Dios (o a uno mismo) y no entrar nunca en conflicto con autoridad o norma alguna?, ¿se puede vivir llevada por el Espíritu y encajar en lo “bien visto”?, ¿se puede ser profeta y ortodoxo a la vez o estamos abocados a la heterodoxia (‘unorthodox’) continua? Porque, según cómo entendamos esto, puede ser agotador.
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‘Unorthodox’ es el título de una aplaudida miniserie que novela la historia real de la escritora Deborah Feldman. Narra su salida de una comunidad ultraortodoxa judía en Brooklyn y su huida hasta Berlín. Tiene que comenzar de cero no solo porque abandona a su familia, su cultura, su matrimonio… ¡todo! Empieza de cero porque, además, todo lo que se le había permitido vivir hasta entonces en esa comunidad hasídica era inválido y contrario para el mundo que encuentra fuera. Es increíble cómo podemos llegar a convencernos de ciertas normas y convicciones cuando estamos dentro de un sistema cerrado y enfermo. Por ejemplo: como los judíos no comen cerdo, Esty Saphiro –la protagonista en la serie– sale corriendo de una cafetería para vomitar el sándwich que le dan después de días pasando hambre. No lo hace porque elija no comer cerdo (sería distinto). Lo hace porque cuando le dicen los ingredientes del bocado, algo dentro de ella salta como un resorte: ¡es malo, échalo fuera, rápido! Cuenta Deborah que solo pudo darse cuenta de que no iba a pasar nada cuando “sorprendentemente no cayó ningún rayo” y, evidentemente, su estómago no vomitó el jamón. Y lo mismo fue ocurriendo con el modo de relacionarse con otros, con su cuerpo, el modo de vestirse, de reír, de cantar o de elegir su futuro.
Esta mujer hoy tiene 33 años y vive en Berlín. No hablamos de reglas culturales que solo se mantenían hace siglos (todavía hoy la mujer sigue siendo impura y despreciable cuando tiene la regla, por ejemplo) ni de lugares remotos en algún continente exótico (¡vivía en Nueva York!). Quizá por eso sea una miniserie que trasciende los entresijos de la comunidad ultra Satmar y sus excesos religiosos o sectarios. Creo que es la historia de todos los que de un modo u otro caemos en la trampa de mirar al mundo con una vida en paralelo. Y es algo que, con la mejor intención, puede pasarnos a los cristianos y, especialmente, a los religiosos. El deseo sincero de entregar la vida y el cariño real por tu propia familia carismática puede llevarte a ver como normales –inevitables– cosas que no lo son. Lo perverso es que solo cuando algo te lleva a tomar cierta distancia y a acercarte a otros modos de vivir es cuando puedes verlo. Pero no nos engañemos: esta pérdida de contacto con uno mismo y con la realidad que tanto nos deshumaniza puede tener mil nombres: una relación tóxica, una herida del pasado sin resolver que se adueña de mi, una cadena de malas decisiones…
Ser uno mismo
Esty vislumbra una rendija abierta al mundo por una profesora de música. En la vida real, Deborah tuvo un accidente de coche con 23 años donde estuvo a punto de morir. Las mujeres hasídicas no pueden usar cinturón de seguridad porque deben dejar su vida en manos de Dios (no así los hombres, claro): “Estaba convencida de que iba a morir. No podía desperdiciar un minuto más de mi vida”, contaba ella.
En el fondo, ‘Unorthodox’ nos recuerda que sea cual sea nuestra situación, todo ser humano tiene un espacio mayor o menor para salir, para romper, para respirar, para ser uno mismo. ¡Se trata de no desperdiciar la vida! Y en muchas ocasiones, como refleja la serie, no es posible hacerlo progresivamente. Hay que cortar lo que nos asfixie, ya sea soga o un lacito. No importa el tamaño. Y en clave creyente me parece que es, quizá, una de las llamadas más claras del Espíritu Santo que acabamos de celebrar. El buen Espíritu nos hace “unorthodox”:
“Jesús es santo porque deja obrar en él al Espíritu creador que separa de normas impuestas por el pasado: entra valientemente en una creación nueva cuya forma es insospechable y cuyo camino es mortal” (Ch. Duquoc).
El Espíritu nos hace conscientes del conflicto y nos ayuda a mantener la mirada sin paños calientes; no se aferra a nada ni a nadie y eso implica que nunca está quieto; no es valioso como pieza de museo, sino que donde está hay libertad. Quizá por eso, el Espíritu es quien da valor para romper y recomenzar de cero, sin huir. Siempre. En todo. No conozco a nadie verdaderamente espiritual (del Espíritu) que no sea escandalosamente libre.
Pero, ¡cuidado! Si solo rompe, si solo nos separa, quizá tengamos que sospechar que no es el Buen Espíritu. Porque lo propio del Espíritu Santo es crear, soplar, ungir, acompañar, levantar, reconstruir, ordenar, embellecer, dar vida. Otra cosa será la desnudez irremediable que hay que pasar para ponernos una camisa nueva, como decía Santa Teresa. Eso es distinto. Es pasajero. No nos quedemos a mitad de camino. Sería una pena.