La crisis social y económica provocada por la pandemia del Covid-19 indudablemente tiene elementos coyunturales que la hacen especial. Es una crisis inesperada, provocada por una situación sanitaria que ha obligado a parar en seco la práctica totalidad de la actividad económica durante unos meses y cuyo retorno progresivo parece que será más complicado y dificultoso de lo esperado. El empleo –en cantidad y calidad– se está viendo ya afectado de modo sustancial como una de las principales consecuencias de esta crisis que, aunque paliadas en parte por los ERTE, va a suponer un mayor desempleo y una más profunda precariedad.
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Pese a los deseos expresados durante el tiempo de confinamiento sobre lo que querríamos que fuera la nueva normalidad, la realidad es que siguen manteniéndose, incluso incrementándose, prácticas de degradación del trabajo humano que no hacen sino mantenernos en la deshumanización en que este sistema había envuelto la vida y las condiciones de trabajo de los trabajadores y trabajadoras.
Han aparecido elementos novedosos en el horizonte, como el teletrabajo, que ha venido –parece ser– para quedarse, y que requerirá una regulación profunda para evitar que trabajar desde casa impida conciliar la vida familiar y laboral. Un teletrabajo que se lleva por delante, si no lo cuidamos, la posibilidad de seguir haciendo del trabajo un ámbito de socialización, de encuentro, de comunión.
Por otra parte, me contaba un amigo que después de mucho tiempo de desempleo ha empezado a trabajar, este río revuelto atrae a pescadores sin escrúpulos. Así me lo contaba: “He empezado a trabajar en un taller mecánico, el primer día de trabajo ha sido duro. En contrato figura una jornada real de cuatro horas y media, y en realidad han sido casi nueve…, con mucha presión por parte del jefe, y casi ninguna comunicación. Su única preocupación es saber cuánto ha ganado al final del día y echa en cara los errores constantemente. Mañana lo intentaré de nuevo”.
La “nueva normalidad” no surgirá por generación espontánea. Habrá que pelearla y luchar para que sea posible. Habrá que suscitarla desde la respuesta pastoral de la propia Iglesia, que ha de acoger, como tantas veces insiste el papa Francisco, la realidad del mundo del trabajo como una realidad humana y, por ello, necesariamente cristiana y eclesial en la que hacerse más presente aún mediante su acompañamiento pastoral. En este contexto, no puede entenderse ningún plan pastoral que no contemple –más allá de las urgencias vitales– una presencia eclesial evangelizadora en el mundo del trabajo que siembre las necesarias semillas de humanidad y dignidad que reclama.
Trabajo decente
Desde las claves que ofrece la propuesta de ‘Laudato si’’, en la Iglesia hemos de empeñarnos en el trabajo decente como signo de identidad. No podemos convivir con prácticas de precariedad laboral en el seno de la Iglesia. No podemos proclamar la necesidad de orientar el trabajo en el mundo por caminos de decencia y dignidad si no nos lo exigimos a nosotros mismos primero. No podemos reclamar otros caminos por los que construir un trabajo decente, si no es desde la propia experiencia de buscarlo y posibilitarlo al interior de las congregaciones religiosas, diócesis e instituciones y asociaciones eclesiales, en primer lugar.
Y desde ahí, urge una respuesta pastoral global y conjunta de toda la Iglesia española a la realidad del mundo del trabajo que acompañe en la misma vida y condiciones de trabajo a las personas, para ir construyendo otra cultura que acoja y haga crecer esa dignidad desde el reconocimiento de la centralidad que el trabajo humano sigue teniendo en la vida de todas las personas, y de las familias.