Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Urosa, profeta contra la dictadura


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Corría el año 2003, tras la muerte del cardenal José Ignacio Velasco, Roma se disponía a buscar un prelado para la capital venezolana. La relación entre Miraflores y el Vaticano eran tensas. En el libro El Vaticano en la encrucijada venezolana comento algunos episodios.



Chávez se había dirigido a los obispos como tumores, y del recién fallecido purpurado había invocado un llamado de encontrarse con él, en el infierno. El nuncio Giacinto Berloco tuvo que navegar la turbulencia de esos días, y tras la negación de Miraflores de varios nombres (que incluyeron a Baltazar Porras), se inclinan por Urosa Savino, el arzobispo de Valencia.

Como buenos populistas, al aeropuerto, tras la celebración del consistorio en el que recibió la birreta cardenalicia, fue a recibirlo el vice presidente de la república, José Vicente Rángel, al pie del avión. Pocos posiblemente conocen la historia detrás de la sotana roja de Urosa, que en medio de la plaza de San Pedro resaltaba lo corta al no cubrirle la totalidad de las piernas, resultando un homenaje póstumo a su antecesor.

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Defensor de la democracia

Sí, Urosa llevó a la imposición del título de cardenal la sotana del cardenal que sucedía, como gesto de comunión y para resarcir las penosas ofensas que sufrió al final de su vida, Ignacio Velasco, por parte del ejecutivo venezolano.

Aunque se creyese aliado, no lo era, no lo fue, y ya no lo sería. Urosa fue un valiente defensor de la democracia, no dudó en llamar las cosas por su nombre, y en rechazar la pretensión totalitaria de la ideología comunista que continúa amenazado a los venezolanos.

Nunca tuvo una posición de cohabitar con el mal, o con reconocimientos bajo cuerda, siempre frontal, y sobre todo transparente en sus intenciones para una Venezuela, libre, plural, democrática y sobre todo católica, pues era un maestro de fe y devoción popular.

Comprendía que el arzobispado no era símbolo de poder, al cumplir los 75 años presentó su renuncia personalmente al Papa Francisco, sabía que la realidad venezolana le superaba, y era un convencido que como emérito podría tener mayor autonomía para la vocación profética que debía responder.

Profeta en tiempos de dictadura

Promovió la causa de José Gregorio Hernández, desempolvó los trámites, nombró nuevos asesores, activó desde Caracas la recolección de testimonios, y de la mano de los vice postuladores (auxiliares de Caracas), encaminó la celebración del primer beato laico, venezolano.

En Roma, Urosa era respetado y reconocido, siempre centrado en la fe certera, y valiente hasta para dar su parecer. En el Sínodo de la Familia, del año 2014, fue uno de los cardenales en firmar una carta de preocupación al Papa Francisco, sobre posibles riesgos de perder la valiosa riqueza del magisterio en materia de vida y familia. Aunque los otros firmantes fueron removidos a corto plazo de sus cargos, Urosa permaneció fiel a Pedro y fiel a lo que su conciencia le pedía.

Un profeta en tiempos de dictadura, un pastor en tiempos de turbulencia, un valiente defensor de los valores que necesita el herido pueblo venezolano.