Ya no es una especulación, ni un secreto, ni una exageración de los más dramáticos, es una realidad palpable, estamos inmersos en una auténtica crisis ecológica. El cambio climático que sufrimos, anunciado hace años por científicos y ecologistas, nos debería hacer caer en la cuenta de que la situación del planeta cada vez es más alarmante, que requiere una acción urgente y responsable por parte de cada uno de nosotros.
Siendo honestos, debemos de reconocer que esta crisis ecológica global ha sido creada por nuestros hábitos depredadores y estilo de vida consumista. El deterioro del planeta tiene sus causas en el sistema productivo y económico que estamos fomentando, en el cual el dinero, la rentabilidad y el beneficio están por encima de la dignidad de la persona y del respeto y el equilibrio con los demás seres con los que compartimos la Madre Tierra.
‘Sed fecundos y multiplicaos. Llenad la tierra y sometedla’. (Génesis 1, 28). Pero, ¿qué hemos entendido de este mandato? Esas palabras no se refieren a que dominemos y oprimamos a la Madre Tierra como estamos haciendo de manera incansable e irresponsable, sino que es una llamada a la “co-responsabilidad” con el Creador y con el resto de los seres que habitamos el planeta, poniendo en el centro de toda actividad la dignidad de la persona y el respeto y el cuidado de todos los seres, en la búsqueda del bien común.
“Podríamos convertir la Tierra en un desierto”
Muchos venían reflexionando y anunciando cómo el respeto a la naturaleza debe formar parte de nuestro compromiso con el ser humano y así lo explicita también en la encíclica ‘Laudato si’’ del papa Francisco, invitándonos a pensar cuál debe ser nuestra relación con la naturaleza.
Francisco ha insistido a los gobiernos de todo el mundo, en la conferencia internacional celebrada en Roma con motivo del tercer aniversario de la encíclica, a cumplir sus compromisos para frenar el cambio climático, pues de continuar “el creciente consumismo” podemos “convertir la Tierra en un desierto, una enorme pila de escombros y basura” , por lo que es urgente una “acción coordinada e integral”.
No cabe duda de que somos las clases trabajadoras quienes más sufrimos los efectos del cambio climático, como bien anunciaba Yayo Herero, una de las principales activistas del ecologismo español y europeo en una entrevista este febrero pasado, (reafirmándose de esta manera la existencia de un sesgo de clase en el cambio climático). Son rostros de personas concretas quienes ya están sufriendo las consecuencias de nuestro estilo de vida voraz e insaciable, secando las entrañas de nuestra Madre Tierra (como por ejemplo en la Amazonía, la explotación de recursos como el agua o los océanos, contaminación, desplazamientos forzados de población indígena…).
“El lugar que pisas es tierra sagrada”
Y son muchas las personas a las que empobrecemos cada día más con la globalización de la ideología neoliberal y la implantación de nuestro estilo de vida consumista. Es el sistema capitalista el que alimenta y sostiene las causas que están provocando un desequilibrio medioambiental que ya es irreversible. Por todo ello es urgente establecer de inmediato medidas alternativas que protejan la vida y generen unas condiciones dignas para todas las personas sin excepciones.
‘Entonces Dios le dijo: “Quítate las sandalias de los pies, porque el lugar que pisas es tierra sagrada’ (Éxodo 3-5.). Nuestra fe debe permitirnos ver a todos los seres vivos y el mundo desde los ojos que lo mira Dios y sabernos co-creadores debería generar en nosotros una responsabilidad y un dinamismo que nos lleve a modificar nuestros hábitos y nuestro estilo de vida en la búsqueda del respeto, el equilibrio y los cuidados de la naturaleza, a reconocernos dependientes e interconectados unos con otros en una perfecta relación holística, en la que “el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo”. Pero, sobre todo, nos invita a proponer formas alternativas de reorganización económica y política de modo que permitan recomponer los lazos rotos entre las personas y la naturaleza.