Vacaciones con bicicleta


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He podido disfrutar de unos días libres, alejarme del hospital y los sufrimientos físicos y anímicos de los pacientes que atiendo. Dedicarme casi por entero a la bicicleta de carretera, el deporte que practico desde hace 50 años. Me desplacé a los Pirineos franceses, una zona privilegiada para el ciclismo, con todas las cumbres míticas del Tour de Francia, donde los ciclistas han librado batallas inolvidables que he seguido desde niño.



Tiempo para pensar

Este año tocó la vertiente oeste del Col de Mente, donde Luis Ocaña, aquel hombre malogrado y sufriente, perdió el maillot amarillo de líder en una caída, en medio de una tormenta de agua y granizo. También el Peyresourde desde Bagneres de Luchon, un puerto largo con desniveles irregulares, que sólo revela su cima cuando estás cerca, apenas a 4 kms.

Ascendiendo esos puertos da tiempo a pensar. Por ejemplo, se hace uno consciente del paso de los años, de la mayor dificultad respecto al verano previo, de la necesidad de utilizar cada vez menores desarrollos, es decir, de la pérdida de fuerza conforme pasa el tiempo. Siempre me pregunto si no será la última vez que subiré ese puerto con mi esfuerzo, e intento fijar cada detalle y sensación para, cuando ya no sea capaz, lograrlo al menos en el recuerdo.

Médico general

También adquiere uno conciencia de la fragilidad humana, sobre todo bajando, cuando la bicicleta coge con rapidez los 50 o 60km por hora. Un descuido, un bache, una piedra, puede hacerte perder el control y a esa velocidad las consecuencias de una caída podrían ser catastróficas. Los años y la experiencia confieren prudencia, pero nunca estás a salvo de un imponderable.

Esas horas sobre la bicicleta permiten admirar la belleza de las montañas, el verdor de las praderas, la frondosidad de los bosques pirenaicos. Cuando, como es mi caso, se vive en una zona semidesértica y áspera como Zaragoza y sus alrededores, contemplar vegetación y agua por todas partes te hace pensar que estás en el jardín del Edén.

También darte cuenta de la mayor riqueza en esa parte del mundo, cercana y a la vez lejana, con una densa red de carreteras y pequeñas poblaciones rurales, tan diferente a esta parte de España, despoblada y desolada.

Sin embargo, 7 días pasan muy rápido, y enseguida me encuentro de nuevo rodeado de pacientes y familiares a los que atender, la mayoría nuevos. Es tiempo de volver a concentrarse en el trabajo clínico, en la consulta, en intentar aliviar sufrimientos.

Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos, por este país, por Venezuela.