No creo ser un bicho raro si digo que, a estas alturas del año, una servidora empieza a estar más que necesitada de vacaciones. El peso de los meses, de las tareas y los trajines varios, ya va haciendo mella, dejando tocada, y a veces malherida, la capacidad de sortear dificultades, de mantener la mano izquierda, de conservar los niveles de paciencia habituales y de no sufrir una repentina, pero grave, intolerancia a las tonterías. Está claro que el cuerpo y el corazón reclaman un descanso que no solo tiene que ver con dormir algo más y dejar aparcadas por un tiempo las responsabilidades habituales. Se requiere, además, retomar las certezas importantes, volver a los motivos que impulsan la existencia, regresar ahí donde nuestro corazón se esponja y darnos espacio y tiempo para revisar las marcas que lo cotidiano va imprimiendo en nuestra alma, sean arañazos o caricias.
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De Deuteronomio al Evangelio según San Mateo
En esto de las vacaciones, debemos mucho a nuestras raíces judeo-cristianas. La exigencia del descanso sabático en el judaísmo nace, precisamente, de esta intuición profunda de que necesitamos dedicar tiempo a lo esencial y de la convicción de que, si no se nos impone, no resulta tan fácil hacerlo como podría suponerse. La libertad que supone tomar distancia de las labores habituales y poder mirarlas desde un prisma diverso nos permite entender mejor el motivo por el que el Deuteronomio justifica esta norma, recordando el pasado esclavo de Israel y la experiencia de liberación por parte de Dios (Dt 5,15). No permitirnos “resetear” por dentro y reorientarnos hacia lo importante sería, en realidad, regresar a una esclavitud de la que el Señor nos quiere libres y de cuyas cadenas no siempre sabemos evadirnos.
Los evangelios ponen en boca de Jesús otra intuición válida para creyentes y no creyentes. Cuando anima a ir a Él quienes están cansados y agobiados (Mt 11, 28), nos recuerda que aquello que nos descansa por dentro es, sobre todo, las demás personas. Reírnos de nosotros mismos, despojarnos de armaduras, expectativas y roles, poner palabra a aquello que, quizá, ni siquiera habíamos verbalizado antes, pero que nos ronda por dentro… nos descansa aún más cuando lo hacemos con quienes nos abrazan y nos acogen en esa verdad, frágil y auténtica, que resulta magullada y besada por la realidad a la que nos exponemos. Tener en quiénes descansar así es, sin duda, un regalo a agradecer y cuidar. Ojalá podamos, de algún modo, reorientar la existencia, esponjar el corazón y hacerlo, además, en otros… y en Otro.