El día 27 de marzo se podía leer en elconfidencial.com: “‘En Italia, la capacidad de las UCI se gestiona de manera muy distinta [a la neerlandesa]. Ellos admiten a personas que nosotros no incluiríamos, porque son demasiado viejas. Los ancianos tienen una posición muy diferente en la cultura italiana’. Esta afirmación del neerlandés Frits Rosendaal, jefe de epidemiología clínica del Centro Médico de la Universidad de Leiden, es toda una declaración de intenciones sobre el criterio de selección de pacientes en Países Bajos frente a la epidemia del coronavirus”.
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Es muy probable que, desde el punto de vista de la “eficiencia”, el Dr. Rosendaal tenga toda la razón: convendría no “malgastar” recursos –materiales y humanos– en personas con poco “recorrido” o de las que apenas cabe esperar nada. También tiene razón en el lugar que ocupan los ancianos, al menos hasta ahora, en las sociedades mediterráneas, como la italiana o la española. Pero todos coincidiremos –al menos en estas latitudes meridionales de Europa– en que la sociedad no puede regirse por valores puramente “contables” y “mercantiles”.
Los sabios por antonomasia
En la Biblia, que en gran medida comparte el modo mediterráneo de ver la vida, también se valora a los ancianos. Ellos son los “sabios” por antonomasia, porque la sabiduría va ligada a la experiencia, y esta solo la pueden proporcionar los años. Por eso la sociedad bíblica está regida por ancianos. Pasado el tiempo, las comunidades cristianas –especialmente las de corte judeo-cristiano–, constituidas a imagen y semejanza de las judías, también estarán regidas por los “presbíteros” (en griego, literalmente, “ancianos”).
Uno de los mandamientos del Decálogo –el tercero o el cuarto, dependiendo de cómo se cuente– se refiere precisamente a los “padres”, en especial cuando estos son ya mayores y no pueden valerse por sí mismos: “Honra a tu padre y a tu madre”. Este mandamiento se interpretará en el sentido de dispensar los cuidados que necesiten los padres mientras vivan, llegando incluso hasta las honras fúnebres. Parece razonable, pues, que el sabio concluya: “Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y durante su vida no le causes tristeza.
Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor. Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados” (Eclo 3,12-14).