Hay vecinos amables y vecinos incómodos; el mal y el bien no son amigos, pero son vecinos.
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
- LEE Y DESCARGA: ‘Un plan para resucitar’, la meditación del papa Francisco para Vida Nueva (PDF)
- Toda la actualidad de la Iglesia sobre el coronavirus, al detalle
En situaciones como la que estamos viviendo, en donde descubrimos la gran dependencia que tenemos unos de otros, aún en temas tan delicados como la salud, la economía y la propia vida, esperaríamos que toda la comunidad se uniera en un frente común de solidaridad, responsabilidad y colaboración. Sin embargo, con tristeza observamos que el mal sigue obrando desde diversos segmentos de la sociedad. Y así descubrimos nuevos y terribles actos de la delincuencia, asesinatos, asaltos, y hasta el incremento de la violencia al interior de los hogares.
Viene a mi mente el pasaje de la primera carta de Pedro, donde nos pide estar atentos porque el adversario ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Con toda claridad podemos observar cómo aún en estos tiempos delicados, el mal campea.
No falta quien explote las condiciones actuales para su beneficio personal, y así, pueden engañarnos ofreciendo productos o medicinas milagrosas abusando de nuestra necesidad de seguridad, también es posible encontrar engaños “oficiales” ocultando realidades que pudieran ser contraproducentes para la buena imagen de las instituciones. De igual manera, se presentan numerosos casos de abuso de autoridad, y hasta grupos que, observando el incremento en el uso de las redes sociales, las utilicen para promover información falsa, robar identidades, o simplemente, corromper el contenido con publicaciones inapropiadas. Y no es que me sorprendan estas expresiones de maldad, pues no son nuevas, lo que me llama la atención es que se presenten en el escenario de una pandemia mundial y no respeten el dolor y el sufrimiento de la comunidad, sino que más bien se aprovechen de ello. Si aún estuviera vivo, mi abuelo les dijera: “ven la tempestad y no se hincan”. Pero esta es la realidad, el mal no descansa.
La buena noticia es que, como nos lo hace saber el Salmo 121 (quizá mi preferido), no duerme ni descansa tampoco nuestro guardián. El Señor guarda nuestras entradas y nuestras salidas, es nuestra sombra y nuestro auxilio. Pero debemos interpretar esta protección en el contexto correcto, y por ello Jesús nos señala: “No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden acabar con la vida; más bien teman a quien puede destruir la vida junto con el cuerpo en el infierno” (Mt 10,28). Entonces, la vida que debemos defender con mayor atención, es la de nuestro espíritu, y no debemos permitir que las situaciones cotidianas dañen nuestra salud espiritual. Por supuesto que esto no significa descuidar la salud de nuestro cuerpo, ni nuestra integridad física, pero nos invita a reforzar las actitudes correctas para mantenernos con esperanza, gratitud y actitud de misericordia con quienes nos necesitan.
Ciertamente no es fácil mantener una actitud positiva ante tantas pérdidas que estamos experimentando. La historia de Job, entre otras cosas, nos ha enseñado que mientras tengamos vida, y de la mano de Dios, siempre es posible recomenzar de cero. No dejemos que los acontecimientos nos roben la paz, y mantengamos una actitud atenta para ayudar a quien lo necesita. Hagamos frente al mal que nos rodea, haciendo el bien a todos aquellos que encontremos a nuestro paso, por supuesto, esto inicia con nuestros vecinos inmediatos: la familia, y se debe extender hacia todos los demás. ¡Ánimo!