Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

‘Vencer o morir’: una película injusta sobre una justa causa


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Lo más valioso de esta película es que logra poner en escena el polémico asunto de la Vandea. Lo peor es que es una película muy floja, que en tan solo tres semanas de rodaje y con un bajo presupuesto apenas logra ser más que un docudrama y panfleto. Estéticamente es una película injusta para un tema que todavía espera la justicia histórica. Uno sale del cine deseando que se haga realmente una buena película sobre este asunto o se cuente en un documental con suficiente rigor, que haga justicia a unos y otros, y, sobre todo, a las víctimas. Quizás para quien no sabía nada del conflicto de la Vendea sea una llamada para que le preste atención, eso sí, y puede que ese sea ya razón suficiente para justificar su existencia. No obstante, ¿por qué me atrevo a decir que puede ser una película injusta?



Una herida todavía abierta: el genocidio vandeano

La película aborda principalmente un problema de memoria histórica al que Francia decidió no mirar y que ha quedado sostenido solamente por el mundo conservador vandeano. Estrenada en Francia en enero de 2023, ‘Vencer o morir’ reunió a trescientos mil espectadores y, por tanto, se ha convertido en un signo de carácter político-cultural. El debate no es sobre la calidad de la película —sobre cuya fallida realización no cabe mucha discusión—, sino sobre el asunto de fondo: una reivindicación revisionista de la historia y un cuestionamiento de la base laicista francesa ya que el perdedor de aquel posible genocidio fue principalmente la libertad religiosa.

La película descarta poner al espectador en el profundo marco general del problema, el cambio de régimen y estructuras estamentales, y la consiguiente guerra civil entre republicanos y realistas —azules y blancos— que empapó Francia de rojo. Se podía haber hecho de distintas formas, pero el discurso de la película no tiene su interés en la sutileza ni la hondura. En ese contexto, hubo un levantamiento contrarrevolucionario que se extendió por el oeste de Francia, desde Normandía a La Rochelle. La guerra de La Vendea (al sur del Loira) y la guerra de la Chouannerie (al norte del Loira), son conocidas como las guerras occidentales de ese conflicto que involucró a todo el país y al entorno internacional.

En el conjunto de reacciones contra la naciente República, fue en el oeste del país donde se formó una resistencia suficientemente desafiante como para poner en riesgo el proyecto revolucionario. La revuelta tuvo tres componentes: negación campesina a la leva y nueva fiscalidad republicana, defensa de la libertad religiosa de la Iglesia católica y defensa del régimen monárquico depuesto.

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La raíz del conflicto que alrededor de la Vendea se ha prolongado durante más de dos siglos reside principalmente en el posible genocidio cometido por el nuevo régimen republicano en la región. Conocida es la violencia extrema que aplicó el nuevo Estado francés y la violación radical de derechos humanos de los que se alzaba como paladín de la Historia. Las 16.594 personas guillotinadas por la Revolución francesa, a las que hay que sumar aproximadamente 25.000 que fueron ejecutadas por otros medios o perecieron por las letales condiciones de las prisiones, permanecen como una crítica radical a la naturaleza intrínsecamente criminal, terrorista y tirana de la Revolución que quiso poner a cero el reloj de la historia de la humanidad y refundarla. Además, está el problema de la Vandea.

Se calcula que la República ejecutó sumariamente en la Vandea a 15.000 personas —especialmente salvajes fueron las matanzas por ahogamientos colectivos en el Loira— y entre veinte y cincuenta mil más fueron asesinados por las denominadas Columnas Infernales, tropas regulares republicanas con la orden de quemar, saquear y destruir toda la población y medios de supervivencia en la Vandea. Aún más de dos siglos después no existe acuerdo acerca de cuántos muertos causó la aniquilación sistemática de vandeanos que ordenó el Estado revolucionario, pero hay estimaciones que los elevan a 170.000 habitantes, entre el 20 y 25% del total de la población de la Vandea en ese tiempo. Estos hechos han llevado a afirmar que el régimen republicano cometió en la Vandea un genocidio, considerado a su vez el primer genocidio moderno. La cuestión ha supuesto una controversia historiográfica y política desde su origen.

El genocidio vandeano es polémico, pues se comete contra una población que no solamente apoya la monarquía borbónica depuesta, sino que, sobre todo, se trata de un conflicto que gira en torno a las libertades y derechos fundamentales, especialmente la libertad religiosa. Es un genocidio que tiene connotaciones religiosas cometido en el momento de la constitución de la laicidad en Francia y eso arroja una sombra de crítica y deslegitimación de ese principio en los términos épicos, excluyentes y patrióticos en que lo plantea el país.

En el fondo no solamente existe el ocultamiento de un genocidio que la Francia laicista no reconoce, mientras que sí lidera el reconocimiento internacional del genocidio armenio por parte de Turquía. No es solamente un problema de memoria y justicia históricas. Lo que está sobre la mesa es la cuestión religiosa, la libertad religiosa y el malestar creciente con la cultura política laicista francesa.

Por eso la película es inicialmente polémica. La controversia se intensifica por los severos defectos que tiene como película, tanto desde el punto de vista historiográfico, como moral y artístico. Fílmicamente, la película es un desastre y penosa de aguantar. Sin embargo, hay en la película una intención de llevar a la plaza pública un asunto cuya herida sigue sin cerrar.

Tan deficiente que puede ser contraproducente

La película tiene tantos defectos que incluso se puede llegar a pensar que hace un flaco favor a la causa. Puede que lejos de abrir una solución sanadora y reconciliadora que haga justicia y reconozca el pecado original de la República, encone todavía mas el problema.

El planteamiento de la película es grosero, unilateral, simplista, con una narración muy pobre y una dramatización todo el tiempo sobreactuada y panfletaria, bajo altos decibelios de una vulgar música heroizante y manipuladora del espectador. Es como una mala actuación teatrera en un parque temático. Eso tiene una causa que se ve en los créditos iniciales.

La película ha sido producida por Puy du Fou Films, filial del famoso parque temático del mismo nombre —cuarto parque en visitantes, solo por detrás de Astérix y los parques Disney—. Fue fundado por Philippe de Villiers, quien presidió el Consejo General de la Vandea, región donde también se encuentra el parque original de Puy du Fou. Villiers se ha señalado políticamente como defensor de la identidad cristiana de Europa y creó el partido conservador Movimiento por Francia, con el que se presentó a las presidenciales francesas en dos ocasiones. Desde el primer repertorio del espectáculo patriótico del Puy du Fou francés ya se representa el episodio de la Vandea.

Es más, la primera intuición de Villiers era crear un espectáculo permanente en el castillo Puy du Fou en el que se exaltase la historia de la Vandea, lo cual hizo realidad en fecha tan temprana como 1978, basado en el historiador católico, vandeano y contrarrevolucionario Jacques Crétineau-Joly (1803-1875). Este historiador y polemista, intensamente crítico con la Revolución, el orleanismo y el bonapartismo, reunió numeroso material documental que tomó forma en su Historia de la Vandea militar, publicada en 1941-42 y elogiada en su momento por el sagaz escritor bretón Chateaubriand.

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En España la película está distribuida por la compañía cinematográfica madrileña Bosco Films, creada en 2017 por Lucía González-Barandiarán de Muller. Está centrada en generar lo que se suele llamar cine de valores y ha logrado hacer emerger un nicho sostenible de mercado para el cine de inspiración cristiana. En 2022 la compañía constituyó la Fundación Bosco Arts. Bosco Films ha creado y distribuido películas como ‘Noche de paz’, ‘Lourdes’, ‘Purgatorio’, ‘San Miguel’, ‘Mártires de un Dios prohibido’, ‘La isla de los monjes’, ‘Libres’ —el documental con mayor éxito de público en la taquilla española— y ahora distribuye ‘Vencer o morir’, que se proyecta en tan solo dos salas de la capital. Es loable el espacio que ha abierto para este cine y ojalá sus producciones, que son dignas, sean cada vez mejores. Con frecuencia lo mejorable suele estar en los guiones y cuesta lo mismo hacer una película con un buen guion que con uno peor. En este caso, solo distribuye ‘Vencer o morir’, y sin duda no es lo mejor de su catálogo.

Los creadores de la película no han profundizado en esta historia ni han hecho una obra con suficiente arte. El guionista y codirector, Vincent Mottez, tiene en su currículum una serie televisiva de documentales que ya dura casi veinte temporadas y aborda preguntas sobre figuras históricas como Juana de Arco, Colón, Teresa de Lisieux, Agripina o Robin de los Bosques. El otro codirector se había dedicado hasta ahora a rodar anuncios publicitarios y hacer filmes para marcas de moda de lujo como ‘Armani’ o ‘Dior’. Eso explica algunos de los problemas artísticos de la película: parece demasiado un docudrama —esos documentales ilustrados con escenas de época con actores— y tiene momentos que parecen un anuncio de televisión, con un esteticismo tan forzado que sonroja.

No tendría sentido abundar en los defectos de la película si no fuera porque es un indicador de un tipo de discurso público y, además, muy relacionado con la presencia pública de la comunidad católica o, al menos, una parte de la misma.

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El principal problema de la película está en la superficialidad con que aborda el conflicto. Su maniqueísmo es irritante y difícil de soportar en un mundo que requiere complejidad, profundidad analítica, una mirada de las motivaciones profundas de unos y otros —incluso de los criminales que hubo en el genocidio de la Vendea—. La película desborda tanta ideología que no permite la comprensión del fenómeno. Continuamente abusa de la voz narrativa que nos va informando de los sucesos como en los documentales y va conduciéndonos por lo que debemos pensar y sentir en cada momento.

Pero hay algo peor en la película: todo el tiempo sobreactúa una épica doctrinaria y acrítica que apela a la patria, Dios, el honor, el rey. Hubiera al menos haber hecho pasar este conflicto por una mirada compleja como la de Goya. A estas alturas del siglo XXI, una visión tan unilateral y simplista, es negativa. La idea del honor que mantiene es pueril y puede ser objeto de manipulación para los proyectos más abyectos. El problema no es solo que la película sea de cartón-piedra y esté permanentemente sobreactuada —en su narración, las actuaciones, la música y hasta la escenografí—, sino que forma parte de un modo de mirar la historia y mirar las propias ideas. Tal unilateralismo, tal grado de ideologización acrítica, tal reivindicación manipuladora de viejos valores que representa una forma de estar en la vida pública que es contraproducente. El historicismo histriónico de esta película es un síntoma de la superficialidad de la propuesta que subyace en este modo de presencia de la visión cristiana en la cultura y la esfera pública.

Sería esperable del cine que fuera capaz de comunicar por la belleza, pero, sin embargo, lejos de inspirar, quiere persuadir e imponer una tesis. Realmente concluyo que no es cine, o no un cine a la altura del siglo XXI, sino un intento de cine doctrinal, al modo como se usa el cine desde el poder. Para eso pago Puy du Fou.