Las fiestas de Navidad y Año Nuevo pueden ser un hito más de nuestra agitada agenda o bien una verdadera oportunidad para partir de nuevo, cultivando los aspectos más divinos de nuestro ser y dejando atrás las cargas que lo debilitan y enferman.
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Para que Jesús nazca en nuestro corazón, es necesario detenernos y hacer un espacio de reflexión e introspección que permita contemplar su paso en nuestra vida en el año que termina y estar muy atentos a lo que nos está diciendo para el que se inicia.
Estatuas de sal
Es sabio y prudente decantar nuestros logros, éxitos, crecimientos, aprendizajes y alegrías para agradecer todas las bendiciones recibidas y cuánto nos permitieron desplegar el plan de Dios en nosotros. También es justo y necesario ponderar nuestros fracasos, pérdidas, dolores, renuncias y sufrimientos para agradecer también los vínculos que nos abrieron, cuánto pulieron nuestra humildad y tensionaron nuestra musculatura espiritual.
Es necesario este balance, pero no podemos quedarnos pegados en el pasado porque corremos el riesgo de transfórmanos en estatuas de sal, incapaces de ver todo lo nuevo que nos quiere regalar el Señor.
Angustiados por el futuro
Es sensato mirar el futuro y prever las condiciones para caminar con relativa seguridad. Debemos planificar 2025 y plantearnos las metas personales, laborales, de familia, de país, de presupuesto, de proyectos, de calendario para tener cierta estructura y orden general.
Sin embargo, no podemos anclarnos en lo que no existe y no podemos controlar. La vida siempre se encarga de sorprendernos y todo lo que dispongamos será apenas un boceto frente a los planes preciosos y perfectos de Dios. Todos los augurios de males, destrucciones, guerras y conflictos que anuncian los catastrofistas se pueden desvanecer en segundos en las manos del Padre.
El reino de Dios es hoy
Nuestra mirada puede ir para atrás y para delante de vez en cuando, pero sobre todo debe centrarse en el presente, que es donde surge la vida nueva, pudiendo amar más y servir mejor. Cada decisión, cada encuentro, cada situación es un dilema de amor donde debemos discernir y elegir la buena noticia en vez del temor o el dolor. Algunas de las actitudes que nos pueden ayudar en eso son:
- La gratitud: frente a todo y todos, porque son mensajeros de la vida para pulir nuestro ego y ejercitar el músculo auténtico del ser.
- La humildad: reconociendo que todo es herencia, regalo y legado de Dios amor, que nos busca en todas las relaciones y contextos para que podamos florecer y dar semillas.
- La esperanza: creer que estamos más cerca de un mundo más humano y justo y de una mejor versión de nosotros mismos.
- El amor: hacia nosotros, los demás y la creación, deteniéndonos con ternura frente a todos como si fuesen recién nacidos que requieren atención, cuidado y respeto por ser hijos y hermanos de Dios.
- La alegría: de disfrutar y gozar como niños de todo como si fuese la primera vez que lo vivimos. Nunca perder la capacidad de asombro y aprendizaje.
- La fraternidad: al compartir con gratuidad y sencillez con otros, tenemos la oportunidad de ver el rostro del Señor, aprender de Él y ayudarnos a crecer juntos.
La vida nueva es la decisión de amar como Jesús nos enseñó.