Estoy vivo. Y eso es tan ridículamente improbable que solo me queda dar las gracias por lo suertudo que soy. Además me doy cuenta de que estoy vivo, y esto me impulsa aún más a la vitalidad. Y por si fuera poco, lo anterior provoca un ciclo de eternidad. Vaya regalo del que soy depositario.
Ridículamente improbable
La vida es una notable excepción a las leyes del mundo inanimado, que tiende a la inercia y al caos. La vida, no solo desafía esas leyes, sino que -obvio-microbio- las ha remontado. Michael Denten (1985) señala que la probabilidad de que una proteína funcional aparezca al azar en un caldo de cultivo de materia inanimada es más o menos de 1 x 10-20 o sea, 1 en 100 trillones. Para crear una célula funcional necesitaríamos que al menos 100 proteínas distintas, cada una con esa misma probabilidad ridícula de ocurrencia, aparecieran simultáneamente y se integraran funcionalmente entre sí, lo que nos da un nuevo cálculo de 1 X 10-2000, esto es un 1 dividido por otro 1 seguido por dos mil ceros. La probabilidad de que surja un organismo unicelular es tan baja que no soportaría ninguna prueba estadística.
Ahora argumentemos nomás por llevar la contraria, que hay muchísimos lugares donde eso puede haber sucedido, que ha habido todo el tiempo del mundo y que las reacciones químicas suceden a una velocidad increíble. Así que ahí te va el cálculo. Si consideramos generosamente que la vida podría haberle ocurrido a cada átomo en el universo y lo multiplicamos por el número de segundos que lleva el universo hasta ahora y por la velocidad de reacción entre átomos en cada segundo, eso equivale a calcular 1074 * 1018 *1036 = 10128, es decir, un 1 seguido de ciento veintiocho ceros como oportunidades espacio-temporales para que la vida florezca nomás porque sí. Son muchas, muchísimas oportunidades, pero aún así, multiplicando la probabilidad de ocurrencia de vida por sus oportunidades, las probabilidad siguen siendo absurdamente baja, pues 1 X 10-2000 * 10128 = 1X10-1882. Para efectos prácticos, hay cero chance de que la vida ocurra y sin embargo aquí ando, vivito y coleando.
Y eso que aún no hemos hablado de dónde salió la materia, ni de la transmisión de la vida entre generaciones, ni de la evolución a la vida pluricelular. Paradójicamente, cuanto más improbable es un hecho, más lo tendemos a atribuir al azar, cuando la opción razonable es la de un Creador Inteligente. Yep. Creador de la materia, de la vida, de la evolución… y de las matemáticas. Como sea, mi conclusión es la misma: con tantas probabilidades en contra, estar vivo es una gran fuente de agradecimiento. Mil gracias. ¿Qué digo? Mil millones de ultrallones de gracias.
Autoconciencia, contacto
Ahora bien, no solo estoy vivo. Además estoy consciente de que lo estoy. No soy un paramecio, ni medusa, ni abeja, ni manatí. Me doy cuenta de que estoy vivo y de que soy vida. Observo que hay vida a mi alrededor y en abundancia. Me fascina la simplicidad del paramecio, la simetría danzante de la medusa, la laboriosidad de la abeja y mi semejanza con el manatí –a ambos nos gusta la lechuga, solo eso-. Me reconozco como humano. Una especie más de los 10 millones de especies distintas que hay en el planeta, cada cual con un papel en estas redes vitales que llamamos ecosistemas. Qué gran tarea admirarla y también custodiarla, y siempre que pueda, hacerla fructificar.
Hoy, de los cerca de 107 mil millones de personas que han habitado en la tierra desde que somos humanos, soy yo el que habla contigo y tú quien me lee. Quizá rompa la saturación de las redes y quizá seas exactamente tú quien me dé un like en respuesta. Qué gran privilegio es esto de superar las probabilidades en contra, toparme contigo y saber que allí estás. Dejo ya los numeritos por la paz y te saludo: ¡Hola! ¿Cómo te va?
Eternidad
La vida es demasiado corta para apilar tantos azares y simplemente dejarlos correr inercialmente. Así que mejor me lanzo al encuentro, que es abundante en regalos. No me alcanzan las palabras y prefiero las risas. Cambio el tumulto anónimo por el apapacho comunitario. Tal vez haga el esfuerzo por entenderte y combinemos inteligencias para resolver problemas juntos, aunque tu cuerpo haya muerto hace mil años y solo te conozca por tus libros. Me acerco a ti y quizá podamos disfrutar de un buen diálogo, o me maraville por la armonía de tu vida.
Dejo el tedio de mi confort por la emoción que implica el riesgo de amar. Puede ser que nos elijamos para unirnos en resuelta devoción y crear juntos una nueva vida. En cada acto de vida superamos confort, miedo y dificultad, pues para el Creador de la vida no existe la imposibilidad (Lc 1, 37). Aliento, conciencia y encuentro no son por casualidad. Así, cuando soy partícipe de semejante gracia y beneficiado con tantos lujos, la vida se renueva en círculos virtuosos de agradecimiento, tarea y obsequio, sin parar.
Referencia. Denten, M. (1985). Evolution. Warwickshire, Burnett.